La cocina campera parece más fría
y solitaria que de costumbre, al menos eso piensa Arturo mientras elabora un nuevo
cachulero para su cuñado. Es tal la afición de Ernesto por la captura y
elaboración de caracoles en salsa, que el último cachulero le duró no más de
seis meses; o eso, o tal vez sea su naturaleza de hombre de Cro-Magnon desordenado (como dice
Rita, su mujer). Arturo, a sus setenta y cuatro años, ya no se sorprende del
poco cuidado que tiene su cuñado con las cosas, y ni mucho menos aspira a
hacerle comprender a estas alturas, cuánto esfuerzo le supone hacer ya las labores de esparto.
Entrelazando las hebras, un pinchazo le devuelve a Arturo, de pronto, a aquel diez de diciembre que se dirigió al mercado del barrio
y la vio por primera y última vez. Era un mujer corpulenta, con curvas bien
pronunciadas; una melena negra y rizada y un tanto despeinada, pero muy femenina,
muy mujer, como a él le gustan. Su mujer, le había encargado un kilo y medio de
sardinas, "de las más frescas y más chicas" dijo en tono sargento. No
sabe exactamente qué fue lo que sintió al verla, pero si notó una presión
bastante considerable a la altura de la bragueta. "¿Qué te pongo, cariño?"
preguntó ella con una sonrisa flamante, "kilo y medio de sardinas, por
favor" contestó él, tímido.
"¿Me he sonrojado?"
se preguntaba extrañado, no era algo a lo que estuviera acostumbrado, y menos a
los cincuenta y tres años. Debía haber sido ese pezón erizado que sobresalía
por la camisa blanca, el que le había sacado los colores; y fue al tocar sus
manos, al coger la bolsa de las sardinas y notar sus dedos fríos y húmedos,
cuando creyó que la sangre se agolpaba de pronto en las sienes y creyó estallar.
"Aquí tienes, cariño" dijo ella con una sonrisa amigable. Arturo no
dijo nada, no pudo, asintió educado. Cogió su bolsa, pagó con dinero suelto y
se marchó.
Hubo más jueves de mercado, hubo
más encargos de última hora y con prisas de su mujer caprichosa y tan cargada de antojos, pero
no hubo más curvas sinuosas, ni rizos a altura de la cintura ni pezones
deseosos de mordiscos por sorpresa. Jamás la volvió a ver. Pero sigue
preguntándose mientras trenza el cachulero, qué hubiera pasado si al mirar para
atrás, como hizo aquel día, en lugar de marcharse, hubiera retrocedido y se hubiera acercado a ella para preguntarle: "¿Nos vemos cuando termines?
Acuerdos de medianoche Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto. Ella dice que es aire, de sobra sé yo que es un pedo vaginal, pero no me importa, me ha seducido ese soplo espontáneo en el pene. Ese fue el epílogo de nuestra puesta en escena.
Al llegar al clímax no hubo caricias, besos ni arrumacos, no se dejó. Rápido recogió su ropa, sus joyas y se largó.
Al día siguiente mi vida había vuelto a la rancia rutina, hasta que tropecé con un un papel arrugado en el que leí "No te apunto el número porque sé que me llamarás". Y en ese momento, alguien llamó a la puerta, me acerqué y abrí. Era ella.
No sé si me hizo más daño tu
puñal en el pecho o tu semen agrio correteando por mi espalda, mancillando mi
dignidad.
No sé si te salió caro el precio
que pagaste por anudar tu criadilla valentía, ni siquiera sé si te lo pedí.
No sé si saliste corriendo al
verme sin moverte apenas del sofá, lo que sí sé es que tu miedo me salpicó.
No sé si quería conocerte,
besarte o hasta incluso (fíjate), abrazarte, ¿qué más da? Para lo que sirvió.
No quería ver el tamaño de tu
miembro, tal vez no tuvieras, al menos que fuera viril, no sé.
No sé si me escuchaste cuando te
miré, al menos no fingiste con tu silencio a gritos que te importó.
No sé si me abrí antes de piernas
que de corazón, sólo sé que debí abrir los ojos, cerrar la boca y olvidarte sin
más dilación.
No sé si servirán de algo mis
palabras, si te acordarás de mi nombre arañando el borde de tu cama, si te
masturbarás pensando que me dolió.
Quién sabe si por un momento te
amé o deseé que así fuera, lo que sí sé es que me llevé las turmas a modo de
sombrero, tu muda “sucia”, tu impotencia y mi desilusión; y te dejé como te
encontré, solo.
Te enseñé la cicatriz que escondo entre las tetas y sólo te acercaste a mí para decir: "Tápate, por favor". Antes de que mi última lágrima derramada se deshiciera en el suelo te miré a los ojos, y en ellos pude ver tus testículos reducidos y anudados, oprimiéndote la garganta. Sin más, me fui.
Está a punto de salir una regordeta presumida por donde se pierde el día y la noche clarea. Crateada y resplandeciente, dispuesta a someter a sus cascabeles discípulos a la más temidas de las sombras, pues ¿Quién si no sería más capaz de llenar los rincones del cosmos de magia y las mentes noctámbulas de sueños que ella? La más ambigua de su gremio, dueña de la batuta que agita la serenidad de las olas del mar, eterna amante de un Dios que jamás ve aparecer a su lado y dueña de los aullidos más amargos y hasta candentes. Sin más espejo que los ojos que te admiran. Tú.
En fin...iba a ir pero al final...Joder, pues vaya, que estamos en ferias tómate un respiro y emborráchate. La juventud...que no tiene vergüenza ni la conoce (no, mi niño es muy jovencito para trabajar aun, no a mi niño que no le falte de nada, que ya estoy yo que soy su madre para resolverle todo, no allí no vayas, ¿pa' qué?) La juventud...que no valora. Yo de mayor...pues quiero ser funcionario ¿
Por qué? joder, porque no haces nada y ganas una pasta. Oye, ¿cuánto cuesta ese coche? no jodas, bueno, no pasa na, yo ahora pido un préstamo...ya lo iré pagando. Cucha ese ecuatoriano, a robarnos viene. Oye, tú, qué pringado, cucha cómo estudia, eres un empollón de mierda, anda deja eso que te voy a decir cuatro cosas que sí te van a dar resultado. Na, yo paso de hacer esto, cuesta demasiado esfuerzo, pasando. Tío, pues a mi me pasó eso ayer, ¿Ah, si? bua, eso no es nada, a mi me pasó algo muuuuucho peor; ya tío pero es que estoy jodido por eso que te digo, buaaa, que va tío, pero si eso no es nada. Lo mío más, lo mío menos. mío, mío, mis, mis, mis, paso, paso, paso, mio, mi, mi,mi, yo, yo. YO. LA CULPA...POR SUPUESTO: DEL VECINO. YO.
Breve resumen de la crisis MOTIVACIONAL por la que hemos ido pasando, hasta transformarse en la famosa "COSA" ("LA COSA" de los productores de...) . En una España rancia cargada de BLA-BLA, impregnada de pesimismo, un pesimismo que se contagia y que lleva adherido en su reverso, como si un grano en el culo fuera, una autocompasión acumulativa. El egocentrismo elevado a la máxima potencia, la avaricia, la soberbia y el conformismo supremo...condimentos más que destacados en este plato peninsulero, donde el cambio, más que una oportunidad de progreso, se ve como un imposible que nos saca de nuestro confort, porque dar el primer paso...cuesta. El día que dejemos de mirar al vecino y pongamos nuestras barbas a remojar, el día que aprendamos a observar con nuestros propios ojos lo que nos devuelve el espejo, en lugar mirar con los ojos de la mayoría...a lo mejor divisamos un cambio... Que está en nuestras manos, y no en la boca. Que está en nuestros sueños y no en nuestros PUEDO-NO-PUEDO. Yo ya estoy preparando la palangana. ¿Tú, que dices?
Mayoría de Respuestas: "Sí, claro, como si fuera tan fácil"--> Excusa-->ERROR--> EL ciclo se repite.
Empecé mintiendo en este verso-prosa-o lo que sea.
Mi primera pincelada se vistió de NO, no me pidas.
Qué extraña manía la mía de decir siempre lo contrario a lo que siento: "No me pidas" cuando quiero decir "Adelante, pide, exige, que yo me encargaré de que nada te falte".
Qué extraña manía la mía de enturbiar la ilusión y construir con los posos del pesimismo un muro inquebrantable.
¿A dónde voy? Me pregunto, si con las mentiras lo único que puede crecer en el interior es el sentimiento de pérdida y desolación.
¿A dónde voy con mis Noes Alamor? ¿Qué puedo perder si lo siento? ¿Qué puedo ganar si lo pierdo? ¿Qué?
Ninguna respuesta clara me atosiga en este momento. Ni puedo subir al cielo de la esperanza ni bajar al infierno de la soledad amarga; No. Me hallo en el purgatorio de las dudas, donde las bifurcaciones del destino se cruzan sin más remedio dejando una maraña indescifrable de alternativas y cambios.
Me dejo engullir por el engendro del pasotismo y cínica me muestro sin querer a los ojos del que a partir de ahora me busque, si es que queda algún valiente que se atreva a mirar más allá de estos ojos vacíos, a este corazón que simplemente late por necesidad.
Quien se atreviera a cruzar el recio muro, con tres consejos le obsequio:
-No me ame, no sabría si algún día pudiera corresponderle.
-No me quiera, no le podría asegurar que no vaya a cansarme.
-No deje de intentarlo, no podría garantizarle que en algún momento pudiera cambiar de parecer.
Tres armas le recomiendo al futuro y aspirante caballero:
-Paciencia.
-Corazón.
-Tesón.
Y sin más, con el propio estilo de quien no lo tiene, aquí abajo firma la que se despide de las prisas por encontrar el amor verdadero. ¿Me sorprenderá la suerte? ¿El destino? ¿El azar? ¿La probabilidad? Quién sabe...
De corazón y científicamente recibimos las condolencias del
médico forense y, sin más, le enterramos.
Tres meses han pasado y lo que no me puedo quitar de la
cabeza no es el olor putrefacto, sus gritos desgarradores consumiéndose mientras
el alquitrán le abrasa por debajo de la cintura, o la mirada vacía de Helena al
recibir la noticia; no. Son sus ojos.
Lo he intentado casi todo para olvidar: pastillas,
alcohol, psicoterapia, sexo con extraños… Aun así, me persigue esa mirada aterrorizada
y consciente de que, mientras se quema, nada se puede hacer.
He aquí una cuestión que dejo en el aire con evidencias de que no será resuelta: ¿Tiene sentido?
Es una pregunta que últimamente ocupa más espacio de lo estrictamente necesario en mi cerebro, y la respuesta con la que zanjo esa duda que azota incesante mi malograda conciencia es con un simple ¡Puf!.
Porque simplemente me rindo a las lágrimas que se me escapan y no puedo justificar, porque me asfixian las palabras que escondo en el desván del arrepentimiento; porque la sangre me hierve a pocos grados cuando el deseo de levantar la mano y pedir ayuda supone más esfuerzo que esperar a que todo vuelva a su ser, que no es otro que el olvido.
¿Cuántas perras me cuesta ser sincera? Eso llevo preguntándome hace ya tiempo, cuando a la cagalera le puse el pañal de la valentía, pero claro, sólo tapé el paquete y la mierda, no por ello, dejó de oler.
Y... cómo fingir el orgullo que se esconde detrás de unas gafas de culo de vaso del cristal "ignorance" si ya hace tiempo que me operaron. Miopía, dijeron. No soy oculista, me perdonen los expertos por mi descaro al afirmar cuál era mi dolencia realmente: Mioemofalta. Sí, así es. ¿Qué es exactamente? Pues es una patología que se define así: Defecto de la visión causado por la incapacidad del cristalino de enfocar las cosas que están más allá de los sentimientos.
Llevé unas buenas gafas durante algún tiempo, aunque algunas veces flirteaba con las lentillas y hasta alguna vez probé a ir sin nada, a sabiendas de que podría confundirme con la gente, pegarme un porrazo o...vete tú a saber.
El caso es que hace unos años me operaron y creo que la concepción de la realidad cambió bastante para mí. No necesitaba lentes, pero conservo la manía de rozarme el tabique nasal para hacer el amago de subirme las gafas que ya no llevo.
¿Tiene sentido?
No hace mucho volví a sentir que se me nublaba la vista, sentí ese extraño miedo que advertí la primera vez: ¿Me estaré quedando ciega? Las pulsaciones se aceleran, un sudor incipiente recorre tus manos y la espalda y te falta un poco el aire. Al fin y al cabo, el que nace con alguna patología, aunque se opere y haga su vida normal... ¿Quién te asegura que tras el mejoramiento no habrá secuelas? ¿Quién te asegura además que esas secuelas no acentúen aún más tu dolencia que la que padecías antes de someterte a la operación?
¿Tiene sentido?
Vuelvo a sentir que siento y estoy rebuscando por los cajones del desengaño pastillas para no soñar, porque en el colchón de la seguridad donde me dejo caer empiezo a notar los muelles de la sin razón y empiezo a notar una ligera neblina que ya no sé si viene de la cabeza o la vagina. Fluyen los miedos como ascos y los deseos como agua corrompida. En medio estoy yo y mi ceguera, mi lápiz sin punta y mis tripas gritando con la boca cerrada: ¡que siento con el estómago y pienso con los pies en el aire!
Y no es ésto un galimatías o un jeroglífico de palabras inconexas, no. Simplemente son sentimientos, míos, que no me dejan ver más allá de los sentidos.
Con esa exactitud
tan característica de la ciencia me declaró sus intenciones. Tres palabras se
me cruzaron por la mente: error, mentira y locura. Pero… ¿Quién es el valiente
que le dice a un ciego “no lo veo”?
En su justa
medida.
Con esa exactitud
tan característica de la ciencia, el joven, incorporó las gotas: una, dos, tres,
y media. Removió rápidamente para no dejar ni rastro. En el comedor, una mustia
sonrisa de complacencia y un hambriento apretón de nalgas le están esperando. Antes
de bendecir la mesa y recitar su sonado discurso, el viejo fraile, disimuladamente le lanza, como ya es costumbre,
un guiño y un humeante trazo del labio superior con la lengua. No imagina que
tras veintitantos años implorando a Dios, con la sotana desajustada a la altura
de la bragueta, esta noche San Pedro le tomará declaración.
Siete.
Con esa exactitud
tan característica de la ciencia contó hasta siete y se lanzó, le daba tanto
asco... Siete días anduvo dándole vueltas, hasta que finalmente se decidió.
Siete cortes repartidos por el pecho y las extremidades le atizó; cortes
decisivos y limpios, con precisión. Separar la cabeza del cuerpo fue lo más
difícil, debía ser la falta de práctica y exceso de escrúpulos.
Nunca pensó que
se derrochara tanta sangre al preparar una cena romántica, y menos aún, que la
abundancia de curry desencadenaría una sucesión de gestos y palabras que les mantendría
durante siete horas haciendo el amor.
Creo que lo primero que me llamó la atención cuando vi la
imagen…fue el asterisco. ¿Una declaración con letra pequeña? Como si de un
medicamento con prospecto se tratara: Te Amo*. Rápidamente, y con previo aviso
de la persona que me mostró el cartel, me aventuré a leer la letra pequeña:
“Frase sujeta a
fluctuaciones hormonales, variaciones de interés, participación de terceros y
cambios de acuerdo a la oferta y demanda del mercado. Infórmese sobre la tasa
de fidelidad efectiva a través de fuentes confiables. Infórmese sobre el nivel
de participación del deducible (ex). La frase no garantiza estabilidad ni en el
corto, mediano, ni largo plazo, asumiéndose absoluta responsabilidad de las
partes el nivel de expectativa asociada. La frase no representa necesariamente
la idea que el titular tenga de ella y su pronunciación puede estar
condicionada a tasas de costumbre, obsesión, miedo, o dobles intenciones. En
caso que la frase se use en un contexto de penetración temprana, se recomienda
dudar de su validez, del mismo modo en situaciones que involucren alcohol,
drogas, depresión, sonambulismo y/o menores de 24 años. De no cumplirse los
requisitos copulativos, se pondrá en serio riesgo la vigencia del titular y
nada garantiza su continuidad en caso de dejar a libre disposición de la
contraparte, fuentes de información como: e-mail, redes sociales y/o celular.
Términos sujetos a condiciones de renovación.”
La primera vez que lo leí me quedé paralizada. ¿Un “Te
Quiero” apasionado con instrucciones de uso? La segunda vez que le eché un
vistazo todo ese repertorio de frases expuestas a modo de escapare cobraron
sentido en algún que otro recuerdo con forma de corazón. Me atrevo a incorporar
a tal definición un elemento que no se menciona: El Precio. Porque en esta vida
todo tiene un coste. Creo que lo primero que deberíamos preguntar, cuando al
tener frente a nosotros a esa persona que te provoca extrañas sensaciones
estomacales, no es “¿Cuánto me quieres?”, “¿Cuánto durará lo que tenemos?”, o
simplemente “¿Me quieres?”, no, estas preguntas suponen un gasto de saliva y
tiempo que podríamos estar aprovechando en un beso o una caricia. Dos son las
preguntas que deberíamos hacer: ¿Cuánto estás dispuesto a pagar tú para/por
quererme? ¿Cuánto estoy yo dispuesto a pagar yo? Porque no puedes atravesar las
barreras que abren o cierran un corazón ajeno sin pagar un peaje. Por supuesto,
cada uno apoquina con lo que puede: una casa, unos hijos, un beso, una mirada,
una caricia, unas palabras, unos cuantos sueños, y a veces, una vida y hasta
una muerte… Todo depende de la intensidad con la que te atrevas a pronunciar
esas dos palabras o, lo que es peor, a sentirlas. Sí, sentirlas sinceras al
salir de tu boca… Mal síntoma es ese. Síntoma de que estás dispuesto/a a pedir
lo que entregas, porque el amor de por
sí… ya es egoísta. Pero dejémonos de síntomas y tecnicismos, que eso a mí…no me
pega.
Y ese miedo tan tonto y tan dulce que se siente cuando
ves cómo te vas fuera de ti, y para recuperar el control te arropas con las más
estúpidas excusas… Ay… que ternura. Creo, no, estoy segura de que querer sólo
lo he hecho una vez, pero enamorarme...demasiadas. Porque querer es algo muy
distinto a enamorarse. Sólo se quiere a alguien cuando las excusas para
cerrarte se han agotado y sólo cabe la opción de ser tú mismo, sin más armas
que tus virtudes y tus defectos servidos en bandeja. En cambio…enamorarse es
tan fácil, tal vez dure segundos, a veces hasta horas, pero se agota a la más
mínima aparición de un absurdo y mínimo defecto. Enamorarse de esa forma tan apasionada
y absurda no es sino idealizar algo que sencillamente no existe. Ese
enamoramiento por el que eres capaz de invocar al mismo demonio, ese, por el
que venderías tus entrañas, ese…lo he sentido más veces, pero ha durado hasta
que el miedo a dejarme llevar da el toque de queda. Y tal vez sea eso, que
separo el enamoramiento del querer porque, estando en un extremo o en otro,
nunca me dejo arrastrar por la corriente.
A veces pienso que me he vuelto demasiado cínica, que
derrocho energía cerebral cuando se trata de hablar del corazón, y sólo al articular
las palabras: amor, corazón, alma…, se dibuja una mueca rara en mi boca, de
burla y desgana. Porque, sinceramente, ¿para qué sirve el amor si no es para
herir o que te hieran? Es cierto, deberíamos tener un prospecto de uso antes de
sentirlo. Pero…seguro, cometeríamos los mismos fallos, que no son otros que los
que nos hacen ser, simplemente, nosotros mismos.
Me está costando la misma vida escribir este texto, no
tengo problemas para inventar relatos, cuentos de mayor o menor extensión, no,
eso no me cuesta, pero hablar del corazón y más del mío en particular…eso ya es
otra historia. Porque para inventar un
cuento sólo hace falta la imaginación, pero para explicar lo que siente y cómo
lo sientes lo que hace falta es tener agallas. Porque no es lo mismo ser
calificado que ser juzgado. Un relato puede ser calificado (mejor,
peor), pero un sentimiento dicho con el corazón siempre es juzgado. Y sí, digo
corazón, porque yo, quiera o no quiera, siento con
el corazón y ya puestos, con el estómago. Son los dos únicos órganos de mi
cuerpo que me avisan de los contratiempos: fuertes latidos que me hacen pensar
a veces que en cualquier momento el pecho me va a estallar, y por suerte o
desgracia, unos ruidos estomacales tan terribles que parece que de la fuerza se
me va a escapar “el punto”.
¿Por qué puede ser? Ese constante miedo, ese miedo que te
tatúa la sangre y te hace cometer el más contagioso y monumental error: huir.
Porque llevo huyendo tanto tiempo que ni siquiera sé dónde está el punto de
partida. Porque me ha llevado a pensar ese “Te amo” (que sería la combinación
de querer y enamorarse) en una extraña
conclusión: Que tal vez no supe amar a los que me quisieron ni querer a los que
me amaron.
Porque ya me lo dice mi madre: “Rosa, hay que ser
constante, no puede uno tener arranque de caballo y parada de burro” y quizás
sea eso, que no puedo ser constante, que me dejo llevar como una veleta
endiablada por la tolvanera, y tan pronto estoy en Pinto como estoy en
Valdemoro. Que no me puedo atar con la cuerda del confort y la seguridad. ¿Será
capricho? ¿Síntoma de inmadurez? ¿Será miedo? Quién sabe… Que ni yo misma me
entiendo. Puede que no esté preparada para una guerra de dos a distancias
cortas, puede que no esté hecha para las cosas que no tienen fecha de
caducidad, puede que me motive sólo lo que sé que no puedo tener, puede que
sólo sean excusas, puede que no esté el amor hecho para mí o, simplemente, puede
que yo no esté hecha para amar.
Hasta chocarse contra una pila de maderos derrochó los humos. Un final trágico motivado por el desengaño y avivado por el fuego improvisado que emerge de los viejos bidones de gasolina del carpintero. Tantos años deseando ser un niño que había olvidado por completo ser maduro. Su Made-In Callodi desgastado le había empezado a provocar náuseas o algo parecido. Viajes en el tiempo desde 1883, alguna que otra rinoplastia, billetes de ida a todas partes y a ninguna, buscando desesperadamente un corazón.
Muchos hemos sido los que nos topamos con él alguna vez pero, para su desgracia, jamás le tuvimos presente.
Se oye un rítmico puf puf de fantasmas paridos desde el otro
lado de la ciento sesenta y seis. Y ya van tres. Los inspira-respira, como
siempre, no suelen dar resultado en el cese del sofoco despavorido que nos
provoca a ambos pensar que la situación se puede volver a repetir: Ilusión,
espera neurótica y un desenlace colmado de lágrimas agarrotadas. Pero yo siempre
tengo la misma esperanza: Que sea niña, por favor.
Despertó a la mañana siguiente,
sin ropa, con una bolsa de viaje completamente llena de dinero, unas botellas de
ginebra por el suelo y un grito hecho añicos en la garganta que se le escapó por el ojo de la cerradura, justo antes de que la llave de sus
secretos se deshiciera con el alcohol. La llamaban Ípila* de la Muerte. Su piel había tomado un tono café tostado, que
hacía tiempo, había dejado de combinar con su talento asesino. ¿Cuántas muertes
podía llevar a cuestas ya? Tal vez cuarenta y tres, o puede que mil ciento dos,
había perdido la cuenta desde el último trabajo. Pero esta vez la conciencia se
le había pegado en el posavasos de la mesita de noche, en un hotel de carretera
mugriento y enmohecido. No le preocupaban las huellas que había dejado por toda
la habitación, ni el olor a sangre seca, ni el dinero, ni siquiera el hecho de
que el dueño del motel llevara un rato aporreando la puerta y gritando medio
descompuesto: “¡Qué ha pasado ahí! ¡Abra la puerta o llamo a la policía!”. No.
Lo que realmente le inquieta es que, desde hace aproximadamente tres segundos y
medio, ha perdido la vista. Lo más raro aún es que únicamente cree divisar los
objetos cuando el señor grita a través de la puerta, entonces todo lo percibe
de color rojo. Es la primera vez en toda su vida que experimenta eso que algunos
lo denominan pánico, pero no sabe si es por el hecho de verlo todo en un tono
encarnado, o si es porque la visión se le activa con los gritos del propietario,
que hace un momento se han escabullido con sus pisadas de gigante,
probablemente en busca de un teléfono para notificar que algo raro está pasando
en la habitación treinta y dos.
No puede ver nada y desde hace apenas
un segundo, tampoco puede articular palabra, está perdiendo el olfato, y sus extremidades
no dan señales de querer moverse. ¿Qué diablos le está pasando?
Ocho horas antes…
-
No te saldrás con la tuya, zorra miserable.
-
¿Cris? ¿Qué haces a…?
-
¿Qué hago aquí? ¡Quiero lo que me pertenece! ¡Devuélvemelo!
-
Pero si estás…si yo… ¿Qué quieres?
-
¡Quiero mi vida! ¡Mi vida, maldita puta! ¡Me la
jugaste! ¡Yo confiaba en ti!
-
Yo no pude, no dependía de mí, tan solo cumplía
ór…- antes de que pudiera terminar la palabra sintió un leve pinchazo en el
estómago, que poco a poco se hizo más y más agudo, como la traición, como el
veneno.
-
¿Duele, verdad? Nunca tuviste escrúpulos, eras
capaz de vender a tu propia madre por tal de ganar pasta. ¿Qué pasa, a mí no me
esperabas?
-
¿Ramírez? Tú… también estás…
-
¿Muerto? Claro, maldita furcia, después del
polvo tan achicharrante que echamos me la clavaste doblada, y no me refiero a
la polla precisamente, sino a tu aguijón venenoso. Creo que no te gustó mucho
el hecho ¡de que te diera por culo!- Y en ese momento sintió otra estocada,
esta vez en el pecho.
-
¿Y de mí? ¿Te acuerdas?
-
¿Y yo, qué?
-
¡Y yo!
-
Ja ja ja ja ja ja ja ¿Asustada? Eso no te pega a
ti, tan soberbia, tan jodidamente arrogante y tan sumamente zorra, ¿ahora
temes?
-
¡Y yo!
-
[…]
De pronto toda la habitación
estaba completamente llena de insultos y cuentas pendientes. Tal vez eran cuarenta
y tres, o puede que mil ciento dos personas, perdió la suma, al igual que no se
atrevió a contar las puñaladas y golpes que recibió. La sourire poison que sus víctimas veían resplandecer antes de
embarcarse al buque de la muerte, se invirtió en el espejo de su alma, o de lo
que quedaba de ella. De nada sirvieron los lamentos y los rezos de último
momento, el daño ya estaba hecho.
Doce horas después, cuando la
policía consiguió echar la puerta abajo y se encontró con la escena del crimen,
los agentes pusieron cara de sorpresa cuando el dueño del hotel aseguraba que
había oído mucho jaleo y que no se explicaba, después de ver el panorama, cómo
podría haber pasado. Los inquilinos de las habitaciones vecinas también
aseguraban haber oído mucho ruido y voces. Nadie podía explicarse entonces que
sólo hubiera un cuerpo en la habitación.
Sabía que le iba a caer un puro cuando
confesara, pero el morbo le había saqueado hace rato el temor de las entrañas y no le quedó otra opción que señalar dónde había instalado una cámara secreta,
para grabar las escenas de cama de sus ocupantes y celebrarlo consigo mismo en
la trastienda de la recepción, por supuesto con una buena botella de vino, qué
menos. “Todo sea para descubrir la verdad en casos de emergencia, señor agente,
por eso la instalé”. Recitó nervioso, pero convencido, el propietario del
motel.
Cuando pulsaron el play y vieron la imagen, más que terror,
todos sintieron lástima. Nadie se explicaba, cómo la sicaria más buscada en
todo el país, se había atizado un sinfín de puñaladas y golpes por todo el
cuerpo con toda clase de utensilios que había encontrado en la habitación
mientras gritaba colérica, mirándose al espejo.
Cuando uno de los agentes se
disponía a cerrar la bolsa, sintió un leve desmayo justo en el momento en que
la cremallera se atascó en la barbilla, y su mirada se posó en esa sonrisa,
ahora púrpura, que otrora, atizó las llamas del túnel que ahora la conduce directamente
al infierno.
*Ípila: O infusión de ípila, es
un veneno de tipo digestivo. Aspecto: hojas marrones, como el té
común. Efectos: atonta los sentidos y la capacidad de reacción y concentración,
dejando a la víctima con una débil actividad física o mental.
Cinco de agosto de 1947, en el
trastero del número cincuenta y cuatro de la Calle Pez Espada. Aún se puede ver
el arsenal perfectamente colocado y las moscas revoloteando sobre la tulipa del
rincón derecho que ilumina los trozos de carne recién cortada. Ha probado todo
tipo de desinfectantes, pero ninguno neutraliza el olor a podrido. Asqueado, se
coloca frente al espejo y se traza una línea en la parte izquierda del pecho.
Cuán sorprendido queda al descubrir que el hedor, que lleva intentando
exterminar desde hace tiempo, mana del hueco que jamás ha sido ocupado por el
corazón.
En honor a la verdad.
Sopla con desgana y al ver su
cara de consolación, sin más, coge sus bártulos y se va. El escozor de sus
bajos dio el toque de queda hace un par de horas, cuando del último gemido, las
sábanas se tiñeron de rojo. Sin besos de despedida, sin números de contacto,
únicamente se lleva su fragancia tatuada en la lengua, por si en un día de
celebración onanista le hiciera falta. Ya en la puerta de su vida perfecta,
justo antes de introducir la llave, saca su disfraz de princesa y sonriente se
dispone, como cada día, para la ocasión.
Apaga la luz y con una copa de vino tinto en la mano se dirige al balcón. Doce pisos bajo sus pies, treinta y cinco metros y apenas siente vértigo cuando balancea las piernas sobre el infinito. Las rodillas aún las tiene renegridas y doloridas, la última mamada le salió más cara que de costumbre, aún le escocía la brecha de la cabeza que le había propiciado el puñetazo de un cliente que se quejaba por el servicio. El problema de que no se le levantara no era de la cantidad de alcohol que había ingerido, o de la cantidad de rayas que se había metido, o simplemente el hecho de que la edad para pasar las noches por el prostíbulo ya superaba, desde hacía tiempo, los sesenta y siete; no, la culpa era de "La Canalillos" que no la chupaba como la tenía que chupar. Ella, se mira el canalillo sonriente justo cuando al echar un trago de vino se le derraman unas gotas, y la risa que evoca al ver el tamaño tan reducido de sus tetas llega hasta el Bajo C Derecha. "La Canalillos", tiene gracia que le apoden así, piensa, cuando ni la talla ochenta y cinco rellena. Tiene gracia, piensa, que no la llamen "la mellá", pues ha perdido en los últimas dos semanas tres dientes y medio de las veces que ha tenido el gusto de saborear el suelo. No vino de otro país, nadie la engañó, nadie le ayudo ni le obligó a entrar en el gremio, ella sola se aventuró a participar con tan sólo dieciséis años, por el simple hecho de sentir la adrenalina bajo la falda. Tan sólo un par de consejos le dieron al entrar: "Más vale que compres condones y que después de cada trabajo te laves bien el coño". Dieciséis años y una mochila. Una mera aficionada a las bazas del fracaso y con un gusto desajustado por la droga anhedónica del sexo facturado. No era el sexo lo que le provocaba el placer, ni los hombres, ni las mujeres, ni la droga, ni los golpes, ni el vino, ni el dinero, sino el vértigo de sentir la ausencia de todos ellos. Estar en la cuerda floja tambaleándose sin saber en qué momento dará un mal paso que la lleve al otro mundo, retando a la muerte a cada momento, esa era su religión. Ya lo había intentado varias veces y de distintas maneras, cada cual más extravagante. La primera vez recurrió, como es típico, a las pastillas pero nada. Después se arriesgó un poquillo más y se estrelló contra una pared de una pastelería a ciento veinte kilómetros por hora, pero nada. En vistas de su invencibilidad, decidió tirarse desde un cuarto piso, cuando vivía en la Calle de la Llave, pero nada. Un par de huesos rotos, algún golpe en la cabeza que la había dejado un poco tonta, pero nada. Al tiempo, se tomó una tregua, había conocido a una chica en un bar de ambiente de Chueca y mantuvieron una relación de cinco años. A los tres años y medio de relación se había aburrido de ella, sus celos, manías y del olor a usado que desprendía su vagina. Aguantó dos años más, escapándose a altas horas de la madrugada, buscando debajo de los puentes jeringuillas de adrenalina (tríos en un principio), hombres, mujeres; y alguna vez que otra, por petición del cliente, con algún que otro animal, que como narradora no me atrevo a nombrar. Buscaba, debajo del lecho que había construido con Julia, resquicios de amor que la salvaran, pero eso ocurría tan pocas veces...La última vez que vio a Julia salir por la puerta fue el día que decidió probar con la cuchilla a rebanarse las venas, y la encontró con los ojos en blanco en medio de un charco de sirope de vena podrida. Lo último que recuerda de ella es el lunar tan erótico que tenía en el cachete derecho del culo. Disfrutaba mirándolo mientras ella dormía, e incluso alguna vez había dibujado una vida entera alrededor de aquel perfecto y delicado lunar. Entonces era joven y con la suerte de su lado. Los años...acaban pasando factura, y es lo que empieza a notar mientras practica equilibrismo a lo largo de los siete metros que mide la barandilla del balcón, ese mismo por el que se escapan cada noche las partículas de riesgo que conforman su esencia. Nunca antes lo había probado, ponerse de puntillas a semejante altura suponía ahora unas leves cosquillas para sus tripas, pero justamente en el momento en que resbaló y la caída le regaló unos minutos de gloria para decir adiós, maldijo su fortuna al ser consciente, antes de desplumarse, que el gas, acumulándose en la cocina, la estaba esperando. Y así, Mercedes, se hundió por el canalillo de la muerte, llevándose su suerte y la vida de trece personas, de las cuales cinco acumulaban puntos de entusiasmo para hacer de su vida un diario de hazañas que contar a unos nietos, hijos, amigos, padres, hermanos y parejas que no llegarían a tener jamás. Remiendos sin remates, una muerte en vilo y trece vidas con desperdicio.
Era martes y no era trece, era el desenlace de una agonía perenne y el principio de trece historias que a partir de ahora comenzarían al revés.
https://www.youtube.com/watch?v=lMoSxYoV7cI&feature=bf_next&list=AL94UKMTqg-9CAHDbyChnU3YpUICd8pFiv Todo ocurrió una noche cualquiera. Acérquese querido lector, no tenga miedo. Acérquese más y escuche a medida que lee esta historia. A lo lejos suena una
melodía cuyas
notas se agitan lánguidas por las venas de dos personajes perdidos y destinados
a encontrarse. Apresúrese entrañado lector, tome asiento y cierre bien las
puertas, la corriente puede llevarse de un suspiro los "te quiero",
las promesas, los olvidos.
Todo ocurrió una noche de tormenta veraniega en un bar de
carretera, dos extraños y un paraguas naranja:
- Buenas noches. Un "Gin Tonic", por favor, con mucho
hielo.
- Ahora mismo.
- ¿Qué hace una señorita tan joven trabajando en un suburbio
como este? ¿Cuántos años tiene?
- ¿Y a ti qué te importa?- Gimió ella, girando la cabeza con
un aire felino y hollywoodense de los cincuenta que el último hielo de la copa
se deshizo al leve contacto de sus largos dedos con el cristal. -Son 12 euros-
- ¿Doce? Es demasiado, ¿no cree?
- Cierto, demasiado barato, debería cobrarte 30 por la osadía y la desfachatez. ¿Crees que este tipo se mantiene del aire? Descarado...
Esa lengua venenosa y esos falsos aires de grandeza no
hicieron sino avivar el interés.
- ¿Cómo no lo había pensado antes? A la hija legítima y
primogénita de Adonis nada le ha de faltar, de lo contrario esas curvas serían tan
aburridas como las carreteras manchegas. Dígame, ¿Quién dio cuerda a esa lengua
para ser tan atrevida?- Insinuó, cogiendo sus manos, esbozando una
pícara y resplandeciente sonrisa.
- ¡Márchese de aquí inmediatamente!- Gritó enfurecida, retirando las manos.
- Está bien. Aunque le digo una cosa, dentro de un momento caerá usted rendida a mis brazos, rogándome que no me vaya jamás de su lado. Acuérdese, antes de que salga por esa puerta usted me amará locamente.
- Ya quisieras. ¡Vamos, lárguese!
- Descuide, ya me voy.
- Espere, se deja la gabardina, la noche no está para ir en cueros.
- Gracias, señorita, perdone si le he molestado.
Antes de que aquel extraño pisara la línea que separa la entrada de la salida...
- ¡Espere!
- Dígame, señorita.
- Aún no me has dicho ni tu nombre ni de dónde vienes. Anda, pasa, a ver si mientras escampa.
- Muchas gracias.
- Dime pues, ¿De dónde vienes? ¿Acabas de salir del manicomio? Esa forma tan romanticona de hablar sólo puede venir de la boca de un loco o un fantasma y yo no creo en los fantasmas, por tanto...
- Bueno, llámeme loco porque lo estoy. Desde que hizo ese gesto con la cabeza como una gatita rabiosa, dulce e inocente, perdí el sentido. Su pelo salvaje, sus ojos negros. Fíjese, hasta los cubitos de hielo se han derretido al contemplarla.
- Anda, calla y dime cómo te llamas. ¿Qué hace un tipo como tú por aquí? Seguro que vienes de muy lejos. ¿A qué te dedicas? ¿Eres escritor o algo?
- Un momento, disculpe. ¿Eso es una gramola?
- Así es.
- ¿Y funciona?
- Creo que sí. Me la trajo mi padre de un viaje. Adelante, encíendela si quieres.
- Que cursi eres. ¿Nunca te lo han dicho? Seguro que le dices lo mismo a todas las que te vas encontrando.
- Está preciosa, ya me advirtió la luna al entrar aquí, que había un ángel caído que me estaba esperando. ¿Tendría usted la amabilidad de bailar conmigo esta
canción?
- Mmm...Bueno, si me lo dices así... Pero sólo por esta vez.
Aún no me has dicho quién eres ni de dónde vienes.
- Soy lo que anda buscando desde que se levanta. Soy la sombra que le acaricia cuando el sol le alumbra. Vengo de ninguna parte, vengo de tan lejos que ni en esos
ojos negros podría encontrarme, salvo...
- ¿Salvo, qué?
- Salvo en esos labios que me están pidiendo a gritos que la
bese.
- Eres tan...
Una ola de aire fresco entró por la ventana del rincón
derecho, levantando una falda recatada y las cortinas de cuadros verdes y blancos
y envolviéndoles en un tórrido beso. Su bravura masculina se
ensanchaba a medida que las manos se deslizaban con viveza por los bajos de su cintura hacia a unos glúteos tan redondos, perfectos y duros como el
basalto. Y en ese instante en que los fluidos salivares se mezclaban con los
agravios preliminares y la desvergüenza se revolvía con la ingenuidad, unos pechos se
descubrían y se erizaban por primera vez, una lengua aprendía a besar y una boca felina aprendía a invocar: "No te vayas, no me dejes nunca, por favor". Y mientras la profecía se cumplía a la luz tenue de dos farolillos añosos, un alma maldita pagaba su cuenta, se encendía
sigilosamente un último cigarro y tras el último trago respondía con infinita seguridad y profunda mirada: "Te lo dije, preciosa mía".
Así fue querido lector como un corazón joven dejó de latir por un segundo, cuando un enorme paraguas naranja se atrevió a romper el silencio y
a enfriar con las gotas de la realidad un final, embolsándose un gélido adiós y despojándose de un valioso y silente "Te quiero".
1. Sentir cómo el atardecer se balancea airoso bajo/sobre mis pies. 2. Advertir un susurro, un suave suspiro, por el cuello, sin llegar siquiera a rozarme. La lengua del viento, su murmullo. 3. Decir lo que realmente pienso. 4. Apostar por el sí, saber utilizar el no. 5. Dejar de razonar o hipotetizar. Abrazarme al azar y abandonar el pensamiento. 6. Cerrar con llave cuando sea preciso. 7. Café con leche bien caliente y espumoso con una tostada de tomate, aceite, sal y azúcar, para desayunar. 8. Perder el control sin temor a no recuperarlo en el momento. 9. Viajar sin rumbo, sin brújula. 10. Hacer algo de lo que me arrepienta, atreverme a errar. 11. Sentirme sexy y coqueta con cualquier saco. 12. Desconectar. 13. Dejar de lamentarme. 14. Dejar de borrar o corregir lo que escribo. 15. Ser una maleducada alguna vez, insultarle a alguien que lo merezca o no. 16. Completar la lista con las cosas que voy consiguiendo y me van construyendo. 17. Saber esperar, tener más paciencia, porque sé que todo llega y eso me motiva más. 18. Aparecer y desaparecer cuando me plazca. 19. Ser consciente de que no me arrepiento de haber tomado la decisión,por duro o difícil que parezca. 20. Levantarme justo en el momento en que más cuesta subir, cuando el pozo es más y más hondo. 21. Haber dejado de preguntarme tanto el porqué. 22. Procesar, aceptar, asimilar y dejar pasar. Todo llega, todo se olvida. Paciencia. 23. Una cerveza bien fría y un pincho de tortilla de patatas. 24. Confiar más en mi instinto y menos en el razonamientoromanticismo. 25. Ser más yo conmigo y menos el ombligo de las excusas y la condescendencia a los ojos del mundo. 26. Cagarme de vez en cuando en mis principios para valorarlos, aún más si cabe, después. 27. Gritar a pleno pulmón desde el pico de la montaña más alta ¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!! Qué gustazo. 28. Tener claro qué es lo que quiero y lo que no. 29. No tener expectativas. 30. Estar por encima del cansancio. 31. Hacer lo que me da la gana, literalmente. 32. La sonrisa pillina de un bebé. 33. El olorcico a tierra mojá en mitad de un monte. 34. Decir lo que pienso sin tapujos y sin sentirme culpable. 35. Estar cerca del peligro y reírme de él, desafiarle con un guiño y un corte de manga. 36. Estar perdida en medio de ningún sitio y sentir que es justo donde quiero estar. 37. Comerme una nectarina sentada en la playa mientras el sol se deja caer por encima del mar. 38. Gozar del auténtico placer que provoca abrirse a la gente siendo yo misma, sin prejuicios, sin caretas. 39.Una buena conversación en un lugar inesperado, una noche cualquiera, con un/a desconocid@, empaparme de sus vivencias y experiencias. 40. Cagar en mitad del campo. 41. Tirarme desde lo alto de una montaña y salir rodando como una croqueta. 42. No darme por vencida, saber que soy capaz de adaptarme a las distintas situaciones por complicadas que parezcan. 43. Reir reir reir reirrrrrrrrrrrrrrr sin pararrrrrrrr jajajajajajajjajajajajajajajjajajajajajajajajjajajajaja 44.Disponer de la mejor cámara de fotos que existe (mis ojos) y disfrutar de bellos paisajes como los que he recorrido por el norte. Precioso, de cuento. 45. Conocer a gente, a personas muy distintas a mí. 46. Terminar lo que empiezo (¡Sí!). 47. Ver florecer mi instinto maternal cuando alguien me importa. Ser consciente de que puedo olvidarme de lo que a mi me duele, de mis necesidades y sacar fuerza y sentido del humor para levantar y animar a mi compañer@ cuando más lo necesita. Para eso no hace falta ser madre. 48. Comer ciruelas recién cogidas del árbol y más con hambruna, sientan de vicio. 49. Beber agua cuando tengo sed. 50. Darme una ducha, uf que gustazo después. 51. Sacar el genio y la mala leche cuando lo necesito. 52. Notar cómo mi umbral del dolor se ha dilatado sobremanera y que el grado de tolerancia ha sobrepasado los límites en muchas ocasiones. 53. La diversidad: de cultura, de idioma, de ambientes, de personas. Me llena y me hace más persona. 54. No saber a dónde voy y si voy a llegar o no, disfrutar mientras camino. 55. Pasar desapercibido y no importarme, disfrutar de la invisibilidad, es una gozada. 56. Estar en un lugar donde se habla un idioma que no domino, es un desafío y una buena forma de desconectar cuando no te interesa escuchar y tan sólo quieres aislarte en tu mundo. Qué gozada a veces no entender, que tranquilidad supone. 57. Descubrir que tengo un gran sentido de la orientación, por necesidad. 58. ¡Cumplir años! cada año que pasa me siento más Button. 59. Superar los retos, aceptar los imposibles como tal y pasarme el sentimiento de frustración por los bajos. Ya no creo en el "no puedo". 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71. 72. 73. 74. 75. 76. 77.
Cuando reaccioné, Paco y los demás
ya se habían ido. Creo recordar que, salvo mi aspecto, todo seguía igual. La
noticia había llegado por e-mail segundos antes por medio de una fuente
fidedigna. Todos los miembros del equipo hicieron alarde de su gran
profesionalidad para seguir con el trabajo como si nada hubiera pasado, menos
yo, que pronuncié el comunicado:
“Y tras varias horas esperando el movimiento de
retroceso en la decisión de acabar con su vida, finalmente uno de los componentes
apretó el gatillo, cobrándose de nuevo la vida de una persona inocente. No se
vayan aún, en breves instantes damos paso al tiempo.”
El suceso se consumió en aquel momento, en la sala
del programa, pero no en mi mente. A veces, casi puedo ver sus ojos
esperanzados mientras la suerte se la juega y el gobierno asegura que “todo va
a salir bien”. Aún, sueño que soy yo la que se encuentra en ese pequeño
intervalo de tiempo en el que la vida y la muerte se cruzan sin que nadie lo
pueda evitar.
La noche, pintada de misterio, presumía del mejor manto de estrellas que el espacio, orgulloso, le había regalado otrora. Dispuesta para la ocasión, a lo "Typical Spanish", se presentó resplandeciente.
La brisa latente que emergía de su mirada levantó el polvo de un camino a medio hacer: el tuyo y el mío.
Ni la luna (que acostumbra a gastarse unas cuantas horas con ella, más o menos espléndida, según la pille) se atrevió a salir por no molestar.
Y así nos acogió la gran anfitriona de los sueños que sí se hacen realidad. Al principio se mostró discreta, ultimaba los preparativos de las póstumas claras del día, sonriendo pícara por los rincones cetrinos del monte, aguardando impaciente el mejor momento para salir y actuar.
Contenciosa pero decidida, tras los aperitivos, se aventuró abriéndonos paso por el sendero denegrido, mientras los pinos nos rendían homenaje con sensuales danzas del vientre y los grillos canturreaban en francés. Las musas, disfrazadas de fantasmas picantes, extendían alfombras acaneladas con esencia de sustitos dulces mezclado con un toque de rubor, apostando por un torpe tropiezo que me hiciera caer en tus brazos.
Al cruzar el paseo viviente y no viendo los frutos esperados, nos condujo hacia las ruinas en las que se suele dejar caer para meditar. Sin más intención que la de levantar los muros derrumbados por la historia, a través de los besos que tú y yo, sin saberlo, nos íbamos a dar.
No conforme con la idea de reavivar la muralla con nuestra inocencia, decidió arrastrarnos al altar de sus confidencias, el lugar más precioso que he creído ver. Tan sólo pude observar, en primer instante, un árbol muerto y dos piedras albinas inmensas, postradas a él. Los susurros que me gritaba al oído me resultaban indescifrables, hasta que en un cruce de miradas lo advertí, deseaba con ardor regalarnos un frasquito jacintino de libertad.
Estaba muy bien precintado, nos costó abrirlo, pero una vez destapado, el aroma de pasión oculta se coló por cada poro de mi piel y a borbotones de besos y mordisquitos te cubrí la boca, el cuello, la sangre y el aliento.
Derrochando caricias lascivas y fervientes arrumacos, siendo yo contigo sin mí, dejándome arrastrar por tus palabras hechas a medida, enredándonos, mezclándonos, inyectando con llamas el jugo que requerían las raíces de aquel sapino milenario deseoso de vida.
Cubriendo tus necesidades con las mías, rebosando sin darnos cuenta las expectativas de la mulata pasajera, que, mientras nos devorábamos, se alejó gloriosa en busca de nuevas víctimas a las que desatar.