I
La salida
No quería verla, mejor dicho, no podía. Una sola foto y demasiados recuerdos.
Los dos años y medio de prisión no le habían servido para recapacitar, sino más bien lo contrario, ahora estaba más convencido que nunca de que el sistema falla.
-Estarás contento cabrón. Que la vida de una persona hoy en día valga dos años de cárcel... Será posible... ¡De los huevos te tenían que colgar! ¡Asesino! ¡Cabrón! ¡Más que cabrón! ¡Hijoputa!- Gritaba Florencio mientras le devolvía las pertenencias.
Elgueta escuchaba pero no le interesaba lo más mínimo. Un poli de poca monta y lameculos no entendería asuntos de tal envergadura. Cierto, la vida de una persona no tiene precio, ni dos años ni veinte, no es justo, pensaba. Como tampoco era justo formar parte de un país donde no se teme al pueblo que lo forma, que es el que debería establecer orden y control; se teme y se respeta a cuatro ingratos que llenan sus bolsillos de millones a base de mentiras, un país pudriéndose, y no, no es la peste, ni el cólera, ni el sida. Es el pesimismo, el miedo disfrazado de conformismo. No, no tiene excusa, la independencia de un país no debería cobrarse de la libertad y vida de las personas, eso lo tenía claro, pero... ¿realmente era culpable de los cargos por los que se le acusaba? Había estado a punto de apretar el gatillo una vez, pero no pudo. Cargar a cuestas con un crimen que no había cometido no le había hecho sino sentir aún más ganas de superar sus expectativas y hasta a sí mismo. Pero esta vez lo había estudiado desde todos los puntos de vista posibles y no iba a fallar.
Eran las 20.45, un reloj, el móvil y un sobre con una postal de Segovia con dedicatoria. Mientras cruzaba el patio en el que había pasado tantas horas pensando y desechando estrategias, Elgueta sacó la foto del bolsillo le echó un vistazo y esbozando una leve sonrisa la besó.
Ese era el segundo te quiero del día, tenían tres: antes de ir al trabajo, a la hora de comer (en el intervalo del café y el cigarro) y el último al llegar del trabajo. Esos eran sus te quiero, trabajo, rutina y sinsuntancia*.
II
Tenían tres
Era totalmente consciente de lo que sucedería al colgar el teléfono. Uno, dos, tres y...
- Oye, se me olvidaba. Que te quiero- Dijo él, como el que viene de comprar un kilo de naranjas y comenta después qué tiempo hace en la calle.
- Y yo a ti- Contestó Laura.
Ese era el segundo te quiero del día, tenían tres: antes de ir al trabajo, a la hora de comer (en el intervalo del café y el cigarro) y el último al llegar del trabajo. Esos eran sus te quiero, trabajo, rutina y sinsuntancia*.
Hacía tiempo que ella no sentía un beso que durara más allá de cinco segundos, ya ni se acordaba de si el sabor de su lengua seguía siendo el mismo o no. La espontaneidad de sus miradas se había fugado en el primer colchón que habían compartido, las caricias se habían ahogado en los posa vasos de los cafés descafeinados que se tomaba antes de irse a dormir. Sus ganas de nada y su necesidad de todo, de él y sus te quiero, una simple nómina cuyo valor en bruto nunca llegaba desde hacía tiempo.
- Y que esta noche nos vemos, ¿vale? Un beso-
- De acuerdo. Diego hoy se queda con mi madre, si quieres te espero y cenamos juntos-
-Claro. Hasta luego-
Desde ese hasta luego no volvió a saber de él. Llamadas, mensajes y lágrimas sobre la almohada se desvanecían con la esperanza de volverlo a ver. ¿Qué había hecho mal? ¿Estaría con otra mujer? ¿Seguiría vivo?
Cuatro años habían pasado ya. Cada vez que veía la última foto que se hicieron los tres juntos no podía sino ceñir de tristeza el entrecejo y sellarla con un beso y un sincero Te Quiero.
Cuatro años habían pasado ya. Cada vez que veía la última foto que se hicieron los tres juntos no podía sino ceñir de tristeza el entrecejo y sellarla con un beso y un sincero Te Quiero.
III
Sin motivo
Hola Laura. Llevo veinte minutos y diez papeles arrugados buscando la manera de poder decirte la verdad. Sigo sin encontrar las palabras precisas para pedirte perdón. Ante todo quiero que sepas que quie…
- ¡Oye, tú! ¡Sí! ¡Tú! ¡Estás sordo!-
- (¡Puf! Otra vez…) ¿Qué quieres, Marchena?
- ¿Qué quiero? ¿Cómo que qué quiero? Quiero partirte el culo ese de maricón que tienes, eso quiero, hijoputa. ¡Vamos! ¡Date la vuelta! ¡Verás como se te quitan esos humos!-
Me grita al oído el seboso, el rey de los gorilas de la celda del fondo. Lleva días acechándome, esperando el momento oportuno para pegarme una paliza y si cabe (más quisiera) darme por culo. Sé lo que me costará seguirle el juego, será lo de siempre, él en enfermería llorando como una nenaza y yo al hoyo negro. Tal vez eso sea lo mejor, prefiero el hoyo.
- No me das miedo, Marchena, vete de aquí si no quieres acabar como una nena llorando y tus gatitas lamiéndote las heridas. Vete si no…-
¡Zas! El primer golpe casi no me ha dado tiempo a asimilarlo cuando ya me ha tirado al suelo. No parece una pelea, sino una estampa donde un luchador de sumo da capirotazos a un saltamontes. Aun así, siempre deja desprovista la entrepierna y tan solo un golpecillo mal dado con la punta del pie me sirve para derrumbarle. La misma historia una y otra vez, le derrumbo, viene Florencio con la porra y me propina tal golpe en el cuello que me quedo inconsciente.
¿Qué ha pasado? ¿Dónde coño estoy? Esto está totalmente a oscuras.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde coño estoy? Esto está totalmente a oscuras. ¡Oye! ¡Hay alguien ahí! ¡Hay alguien! ¡Oye!-
-¡Calla, coño! Toma, aquí tienes la comida ¡Hale! Sóplale un poquillo no te vayas a quemar… Ja ja ja-
-¡Calla, coño! Toma, aquí tienes la comida ¡Hale! Sóplale un poquillo no te vayas a quemar… Ja ja ja-
Claro, el golpe, ya ni me acordaba, estoy en el hoyo. La comida fría, mi ropa completamente sucia y húmeda, tendré que volver a mear y cagar en esta esquina mugrienta. Pero al menos estoy solo, estoy tranquilo. ¿Qué andarán haciendo ahora Laura y los niños? Espero que estén bien.
Lo siento mucho, Laura.
IV
Barcelona
- ¡Vamos flaco! ¡Levanta ese culo vasco! ¡Es la hora de salir al fresco!
- Déjame negro, no estoy de humor, sal tú si quieres.
- ¿Qué pasó flaquito? Llevas dos días muy raro, ¿qué tienes? Fue esa visita. Venga cuéntame.
- No. Ya hablaremos. Ve tú.
- Está bien, está bien. Que genio tenemos hoy, normalmente el hoyo te sirve como depuradora, según dices, siempre vienes con más fuerza y ánimo, ¿qué pasó esta vez?- Le cogió de la cabeza despacio y vio los cortes.- Joder, esta vez si te dio bien, tienes hasta puntos en la boca, que cabrón, como lo pille me lo cargo, en serio. Venga, tío, vente un rato al patio, además tengo que contarte una cosita-
- ¿El qué? ¿Has hablado con Ricardo y el Cornejo?
- De eso, de eso quería hablarte, pero aquí no. Baja y te comento- Susurra el negro haciéndose el interesante.
- Venga, anda. A ver qué novedades me traes hoy.
- Oye, ¿qué demonios es ese papel que guardas siempre con tanto recelo? ¿qué escondes? ¿No será la foto de una guarrilla? ¿Eh? Ja ja ja. No seas avaricioso, hombre, y comparte el dulce con los demás, Ja ja ja…-
- No es asunto tuyo-
- Nunca fuiste un hombre de mucho hablar, ¿eh? Ja ja ja. Bueno, bajemos-
En el patio todo estaba tal cual, una gran explanada llena de gravilla blanca, tres bancos de hierro oxidados, que siempre estaban ocupados por el seboso y sus gatitas; y una vieja canasta. El “gallinero” parecía estar tranquilo esa mañana.
Elgueta y el Negro aprovechaban el recreo para correr por la esplanada dando vueltas mientras hablaban. El Negro, médico y activista colombiano, llevaba en el trullo seis o siete meses. Las palabras que lanzó como misiles en una de las manifestaciones a favor de la liberación de su querido amigo Abdulhadi Al-Khawaja (activista bahreiní condenado a cadena perpetua por defender los derechos humanos) que se celebró en Plaza Sant Jaume de Barcelona, hirieron a algún politicucho que otro de tal forma que lo sentenciaron a dos años, por desorden público. La continua lucha a favor de los derechos humanos le ha metido en más de una ocasión en varios follones. Ahora le tocaba pagar, la libertad de expresión estaba hipotecada, pero la cárcel no le iba a cerrar la boca ni a sellar con cemento sus arraigados ideales.
- Cuéntame, ¿qué te han dicho?
- Que el paquete ha llegado al destino como estaba previsto, pero hay un problema.
- ¿Qué pasa? ¿Dinero tal vez?
- Sí, ahora piden el doble.
- Qué cabrones, será posible. ¿Y Ricardo y esta gente no pueden hacer nada al respecto? Tengo entendido que el Cornejo tiene mucha pasta.
- Sí, flaco, pero él dice que ya se encarga de buscar los contactos, que ya bastante se juega el pellejo. Ya sabes cómo va esto, flaco.
- Sí, pero entonces ya me dirás qué hacemos. Yo no tengo a nadie fuera, los que tengo hace tiempo que se rajaron. Ya me contarás…-
- Yo tengo un par de contactos, le he pedido a Guti que mande una carta para…-
- ¿A Guti? ¿Estás loco? Se va a soplar.
- No te preocupes flaco, todo está controlado, él tan solo me ha pedido a cambio la compañía de algún jovencito que se deje acariciar. Ya sabes que todos los celadores no son iguales. Es buena gente.
- Bueno, yo no me fío de nadie, pero confío en ti. ¿Y mientras qué?-
- A esperar, flaco, a esperar. Pronto tendremos noticias desde Barcelona-
El sonido estridente de la sirena anunció que ya era la hora de comer. Mientras formaban fila para salir, Elgueta recibió una mirada lasciva del Seboso y él le contestó con un sarcástico, pero provocativo, guiño de ojo, las gatitas rieron todas al unísono mirando a su dueño y éste, vociferando en su idioma, las calló a todas.
Solo tenían que esperar, solo eso, esperar.
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