viernes, 28 de junio de 2013

La bicicleta que te cabía en un bolsillo




1.    Sistemas de transmisión.
2.    Sistemas de cambios de velocidades.
3.    Sistemas de frenos.
4.    Sistemas de dirección.
5.    Sistema de rodamiento.
6.    Sistema de tracción.
7.    Sistema de suspensión.
8.    Sistema estructural.




Sistemas de Transmisión.

Los sistemas de transmisión son mecanismos que permiten trasladar el movimiento de una rueda a otra cuando ellas no se encuentran en contacto directo. La cadena o correa posibilita que giren en la misma dirección.
El sistema más habitual transmite el movimiento de las piernas sobre unos pedales enroscados a unas bielas montadas a unos platos dentados y este impulsa, mediante una cadena de transmisión un sistema de piñón libre y este a su vez a la rueda trasera.





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         He intentado infinidad de veces poner en movimiento la correa de mis dedos para escribir esta historia, pero la biela que separa los huecos de tiempo mal aprovechado y mis fraudulentos deseos de comenzar ha sido demasiado espaciosa.

        Si algo he aprendido hasta ahora cuando un folio blanco te desafía, es sin duda dejarlo estar hasta que los borbotones de tinta de tus uñas se esparzan con la potencia de un geiser y la necesidad de empapar la superficie sea mucho más intensa que la fuerza de mil hombres por taparlo.

      Tal vez la manera más acertada de esbozar el principio sea resaltar es sin duda su color, un distintivo marrón anaranjadorrizo, un nuevo color que emerge inventado por los conos alquimistas de mis retinas. Sus gentes nativas jamás hicieron el amago de comprender sus entrañas, la luz del sol enojado no acostumbra a hacerle justicia a la belleza de sus curvas sextillizas, ni siquiera la danza de las ramas de los árboles que sueñan con las picaduras desprovistas de los insectos aciertan a darle un cálido significado de su existencia. Esa peculiar forma que tiene de transformarse a cada segundo, Londres, la ciudad invernadera que tan solo permanece quieta cuando los ojos que la miran la esquivan.

      Dar el primer paso siempre es importante, o al menos eso nos enseñaron. El primer beso, el primer amor, el primer sobresaliente, el primer matrimonio, el primer hijo, el uno encabezando  al resto de la lista. Pero hay algo que se nos escapa de las manos en esta teoría primer/o/a/un-o/principal, el cero. Porque todo parte de la nada y perece en ella. El cero, ese arco vacío con una cavidad que se abre y se cierra hasta obtener el caos elevado a su mínima potencia abrazada al infinito. Y de cero surgió la idea de embarcarse  a ese viaje a lo desconocido, a esa ciudad azarosa que estaba llamando a gritos de silencio desde los rincones más polvorientos y anhelantes de sus entrañas; hacia sí misma, y por una vez, como personaje principal de su propia historia.

     "¿Y qué digo al llegar? Espero que este avión sea seguro, ese tipo de al lado parece tan tranquilo leyendo un periódico en inglés. Y esa azafata, no entiendo absolutamente nada de lo que está diciendo, por los gestos que hace con las manos y por lo que recuerdo de la única vez que viajé en avión cuando tenía once años, creo adivinar que está dando las instrucciones para abrocharse el cinturón, y una serie de pautas que  hemos de seguir en caso de que hubiera problemas mecánicos en el avión y todos tuviéramos que decir adiós en silencio a nuestros seres queridos. Espero que eso no pase." Son las frases que centrifugaban sin cesar en su cabeza disfrazadas de miedo.

      Dos horas son una vida cuando se trata de poner en marcha un plan, o mejor dicho, cuando el problema radica en la elaboración de ese plan.