jueves, 26 de febrero de 2015

Viajes estáticos.

A nadie se le ocurrirá que sólo quiso volar, como antes...
La nave dispuesta en el mismo lugar. La funda de ganchillo no disimula muy bien las pelotillas del respaldo, pero aún así los brazos, y aún desgastados, están en perfectas condiciones y dispuestos para la operación. El procedimiento para el embarque siempre el mismo: cierra la puerta del trastero con llave, apaga las luces, se sienta, cierra los ojos  y cuenta hacia atrás.
Es curioso que siempre lleve equipaje adecuado para cada ocasión. ¿Cómo es posible entonces que para un viaje por el fondo del mar se olvidara de respirar?

domingo, 15 de febrero de 2015

Blues Cat




La sala demasiado llena, yo demasiado seco, y una tenue luz de velas que amortigua la avaricia, el vicio y el sucio olor a dinero desgastado por las manos del juego.


 Esa es mi escena. 
             
                Mi rutina, mi sepultura.


 El whisky ya no quema, empacha. Las horas ya no son eternas, se estancan, se ahogan en tus curvas, se quiebran en tu mirada de gata, se secan en tu espalda mojada. 

         No huyas.

No huyas, gata, pues barrer el polvo de tu desdicha no dejará impoluto tu rastro de serpiente inoportuna. No huyas, gata, lárgate, búscame, no te acerques por los rincones entre las miradas transeúntes, deja de existir entre la multitud para que yo sin siquiera mirarte, pueda verte. Y saber que aún sin estar...te quedas.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Íntimo

Es el cuarto mensaje que recibo. La batería empieza a aflojar, pero el móvil decide jugármela despidiéndose cuando mis ojos se encuentran con tu última frase:

"Ahora te cogería de la nuca, te acercaría a mí, y te pasaría la punta de la lengua por todos y cada uno de tus dientes. Metería tus dedos dentro..."

Y me quedo como estaba, sola, en la última mesa del rincón de la derecha. Yo, mi deseo y tu ausencia.

A tantos kilómetros es difícil acertar el tamaño, pero es jugar a adivinarlo lo que más me excita.

La gente toma su café, acaba su sandwich, habla de temas que ni a ellos les importa. Entretanto, yo juego  con la servilleta, la enredo como tus palabras en mi cabeza. Noto tu aliento por el cuello, tu susurro que juega a desabrocharme la razón y a desordenar mis papeles de lo que está bien y lo que no. Y de pronto noto cómo todo ese ruido y esas caras de fondo se desvanecen. Sólo estamos tus palabras, mi saliva, y el calor. La cremallera del pantalón me molesta, por no hablar del botón, que sólo hasta ahora había tenido sentido y ahora me pide a gritos que lo desajuste. 

El color se acumula en mis mejillas y el frío que entra por la ventana se mezcla con la quemazón que se sale directamente de mis bragas, un calor que se hace cada vez más y más latente.

Debería pagar mi cuenta, coger mi café a medias y largarme de aquí, pero la mano izquierda parece haberse adelantado, y avispada como si fuera la tuya, se ha colado debajo de la mesa y se ha metido entre las piernas que se cruzan y disimulan la jugada. Oigo tus palabras escritas y me las llevo a las yemas de los dedos, el índice y el corazón, que hace ya un rato se deshicieron del botón impertinente y la cremallera asustada.

Cada vez me sobra más ropa, prendas que no me puedo quitar y que oprimen, me estorban. Podría escaparme al baño, quitarme la ropa y deshacerme hasta quedarme vacía; haciéndolo sencillo, sucio, ordinario y vulgar, pero normal. Pero imaginar tus ojos en fuego que me miran mientras juego a acariciarme, rozar mis bragas mojadas y delante de todo el mundo, me deja sin respiración. Me excita demasiado sentir que aunque la gente de mi alrededor es testigo de mi festín, nadie se percata de que me estoy acariciando pensando en la única persona que no está: tú.

La mano derecha sólo se ocupa de sujetar el café, café que me llevo a la boca mientras ahogo el gemido que lleva tu nombre. Y mientras la hinchazón del clítoris al contacto los dedos de la mano izquierda, que hace rato son los tuyos, se hace cada vez más notoria. Movimientos circulares de unos dedos que ya no me  pertenecen y que se convierten en tu lengua ansiosa y juguetona, me hace perder el norte.
El aire parece haber hecho un descanso en la garganta, me falta, me sobra, me duele. Me gusta.

Las piernas siguen cerradas como si de un telón de teatro fuera, y amortiguan el placer de pensar que si estuvieras aquí los demás no serían sino nuestro público dispuesto a pagar por ver cómo nos retorcemos del placer aquí y ahora, tocándonos, besándonos, devorándonos el uno al otro hasta desaparecer.

Con el veneno de tu boca en mi saliva, me tomo ese último trago de café que guardé para el final, donde ahogo el gemido que me lleva a abrocharme el botón, cerrar mi cremallera y pagar la cuenta. Pensando que las deudas de la intimidad entre tú y yo... me las cobraré en otra ocasión.