sábado, 30 de junio de 2012

77 Formas (más unas cuantas más) de llegarMe sin tocarMe...


1. Sentir cómo el atardecer se balancea airoso bajo/sobre mis pies.
2. Advertir un susurro, un suave suspiro, por el cuello, sin llegar siquiera a rozarme. La lengua del viento, su murmullo.
3. Decir lo que realmente pienso.
4. Apostar por el sí, saber utilizar el no.
5. Dejar de razonar o hipotetizar. Abrazarme al azar y abandonar el pensamiento.
6. Cerrar con llave cuando sea preciso.
7. Café con leche bien caliente y espumoso con una tostada de tomate, aceite, sal y azúcar, para desayunar.
8. Perder el control sin temor a no recuperarlo en el momento.
9. Viajar sin rumbo, sin brújula.
10. Hacer algo de lo que me arrepienta, atreverme a errar. 
11. Sentirme sexy y coqueta con cualquier saco.
12. Desconectar.
13. Dejar de lamentarme.
14. Dejar de borrar o corregir lo que escribo.
15. Ser una maleducada alguna vez, insultarle a alguien que lo merezca o no.
16. Completar la lista con las cosas que voy consiguiendo y me van construyendo.
17. Saber esperar, tener más paciencia, porque sé que todo llega y eso me motiva más.
18. Aparecer y desaparecer cuando me plazca.
19. Ser consciente de que no me arrepiento de haber tomado la decisión,por duro o difícil que parezca.
20. Levantarme justo en el momento en que más cuesta subir, cuando el pozo es más y más hondo.
21. Haber dejado de preguntarme tanto el porqué.
22. Procesar, aceptar, asimilar y dejar pasar. Todo llega, todo se olvida. Paciencia.
23. Una cerveza bien fría y un pincho de tortilla de patatas.
24. Confiar más en mi instinto y menos en el razonamientoromanticismo.
25. Ser más yo conmigo y menos el ombligo de las excusas y la condescendencia a los ojos del mundo.
26. Cagarme de vez en cuando en mis principios para valorarlos, aún más si cabe, después.
27. Gritar a pleno pulmón desde el pico de la montaña más alta ¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!!!! Qué gustazo.
28. Tener claro qué es lo que quiero y lo que no.
29. No tener expectativas.
30. Estar por encima del cansancio.
31. Hacer lo que me da la gana, literalmente.
32. La sonrisa pillina de un bebé.
33. El olorcico a tierra mojá en mitad de un monte.
34. Decir lo que pienso sin tapujos y sin sentirme culpable.
35. Estar cerca del peligro y reírme de él, desafiarle con un guiño y un corte de manga.
36. Estar perdida en medio de ningún sitio y sentir que es justo donde quiero estar.
37. Comerme una nectarina sentada en la playa mientras el sol se deja caer por encima del mar.
38. Gozar del auténtico placer que provoca abrirse a la gente siendo yo misma, sin prejuicios, sin caretas.
39. Una buena conversación en un lugar inesperado, una noche cualquiera, con un/a desconocid@, empaparme de sus vivencias y experiencias.
40. Cagar en mitad del campo.
41. Tirarme desde lo alto de una montaña y salir rodando como una croqueta.
42. No darme por vencida, saber que soy capaz de adaptarme a las distintas situaciones por complicadas que parezcan.
43. Reir reir reir reirrrrrrrrrrrrrrr sin pararrrrrrrr jajajajajajajjajajajajajajajjajajajajajajajajjajajajaja
44. Disponer de la mejor cámara de fotos que existe (mis ojos) y disfrutar de bellos paisajes como los que he recorrido por el norte. Precioso, de cuento.
45. Conocer a gente, a personas muy distintas a mí.
46. Terminar lo que empiezo (¡Sí!).
47. Ver florecer mi instinto maternal cuando alguien me importa. Ser consciente de que puedo olvidarme de lo que a mi me duele, de mis necesidades y sacar fuerza y sentido del humor para levantar y animar a mi compañer@ cuando más lo necesita. Para eso no hace falta ser madre.
48. Comer ciruelas recién cogidas del árbol y más con hambruna, sientan de vicio.
49. Beber agua cuando tengo sed.
50. Darme una ducha, uf que gustazo después.
51. Sacar el genio y la mala leche cuando lo necesito.
52. Notar cómo mi umbral del dolor se ha dilatado sobremanera y que el grado de tolerancia ha sobrepasado los límites en muchas ocasiones.
53. La diversidad: de cultura, de idioma, de ambientes, de personas. Me llena y me hace más persona.
54. No saber a dónde voy y si voy a llegar o no, disfrutar mientras camino.
55. Pasar desapercibido y no importarme, disfrutar de la invisibilidad, es una gozada.
56. Estar en un lugar donde se habla un idioma que no domino, es un desafío y una buena forma de desconectar cuando no te interesa escuchar y tan sólo quieres aislarte en tu mundo. Qué gozada a veces no entender, que tranquilidad supone.
57. Descubrir que tengo un gran sentido de la orientación, por necesidad. 
58. ¡Cumplir años! cada año que pasa me siento más Button.
59. Superar los retos, aceptar los imposibles como tal y pasarme el sentimiento de frustración por los bajos. Ya no creo en el "no puedo".
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martes, 26 de junio de 2012

El intervalo



Cuando reaccioné, Paco y los demás ya se habían ido. Creo recordar que, salvo mi aspecto, todo seguía igual. La noticia había llegado por e-mail segundos antes por medio de una fuente fidedigna. Todos los miembros del equipo hicieron alarde de su gran profesionalidad para seguir con el trabajo como si nada hubiera pasado, menos yo, que pronuncié el comunicado:

“Y tras varias horas esperando el movimiento de retroceso en la decisión de acabar con su vida, finalmente uno de los componentes apretó el gatillo, cobrándose de nuevo la vida de una persona inocente.   No se vayan aún, en breves instantes damos paso al tiempo.”

El suceso se consumió en aquel momento, en la sala del programa, pero no en mi mente. A veces, casi puedo ver sus ojos esperanzados mientras la suerte se la juega y el gobierno asegura que “todo va a salir bien”. Aún, sueño que soy yo la que se encuentra en ese pequeño intervalo de tiempo en el que la vida y la muerte se cruzan sin que nadie lo pueda evitar.

lunes, 25 de junio de 2012

El Momento

La noche, pintada de misterio, presumía del mejor manto de estrellas que el espacio, orgulloso, le había regalado otrora. Dispuesta para la ocasión, a lo "Typical Spanish", se presentó resplandeciente.

La brisa latente que emergía de su mirada levantó el polvo de un camino a medio hacer: el tuyo y el mío.

Ni la luna (que acostumbra a gastarse unas cuantas horas con ella, más o menos espléndida, según la pille) se atrevió a salir por no molestar.

Y así nos acogió la gran anfitriona de los sueños que sí se hacen realidad. Al principio se mostró discreta, ultimaba los preparativos de las póstumas claras del día, sonriendo pícara por los rincones cetrinos del monte, aguardando impaciente el mejor momento para salir y actuar.

Contenciosa pero decidida, tras los aperitivos, se aventuró abriéndonos paso por el sendero denegrido, mientras los pinos nos rendían homenaje con sensuales danzas del vientre y los grillos canturreaban en francés. Las musas, disfrazadas de fantasmas picantes, extendían alfombras acaneladas con esencia de sustitos dulces mezclado con un toque de rubor, apostando por un torpe tropiezo que me hiciera caer en tus brazos.

Al cruzar el paseo viviente y no viendo los frutos esperados, nos condujo hacia las ruinas en las que se suele dejar caer para meditar. Sin más intención que la de levantar los muros derrumbados por la historia, a través de los besos que tú y yo, sin saberlo, nos íbamos a dar.

No conforme con la idea de reavivar la muralla con nuestra inocencia, decidió arrastrarnos al altar de sus confidencias, el lugar más precioso que he creído ver. Tan sólo pude observar, en primer instante, un árbol muerto y dos piedras albinas inmensas, postradas a él. Los susurros que me gritaba al oído me resultaban indescifrables, hasta que en un cruce de miradas lo advertí, deseaba con ardor regalarnos un frasquito jacintino de libertad.

Estaba muy bien precintado, nos costó abrirlo, pero una vez destapado, el aroma de pasión oculta se coló por cada poro de mi piel y a borbotones de besos y mordisquitos te cubrí la boca, el cuello, la sangre y el aliento.

Derrochando caricias lascivas y fervientes arrumacos, siendo yo contigo sin mí, dejándome arrastrar por tus palabras hechas a medida, enredándonos, mezclándonos, inyectando con llamas el jugo que requerían las raíces de aquel sapino milenario deseoso de vida.

Cubriendo tus necesidades con las mías, rebosando sin darnos cuenta las expectativas de la mulata pasajera, que, mientras nos devorábamos, se alejó gloriosa en busca de nuevas víctimas a las que desatar.


jueves, 14 de junio de 2012

Pisando la tierra

¿Nunca has tenido la sensación de estar perdiendo el tiempo? Ultimamente es la pregunta que más oigo, desde las tripas. Miras y buscas y no encuentras ¿Dónde coño se habrá metido la solución del galimatías? Las 2:34 de la mañana, debería tener más sueño que un perezoso, debería estar dando rienda suelta a los sueños que provienen del REM, esos sueños que justo cuando más los estás disfrutando un ruido poco oportuno te los arrebata. Imágenes zangoloteando en tu cabeza, ideas que van cociendo a fuego lento tanto tiempo que ya vas notando el olor a chamusquina. 

El tiempo...cuán valioso y efímero a la vez. Nos ata, nos manipula con dos manecillas, marcando un incesante tic-tac. El tiempo...perdido, pasado, futuro...pero siempre en torno a veinticuatro horas,mil cuatrocientos cuarenta minutos, ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Visto así parece que un día entero tiene tiempo suficiente, y así es. De organización peco yo, me va eso de retocar lo que ya está colocado, dejando de lado lo que lleva siglos sin limpiar, amontonado en un rincón que ni la mejor madre es capaz de acceder. Sí, ese rincón que algunos llaman mente. ¿Cuánto tiempo (y vuelvo a redundar en esta palabra) ha de pasar para que nuestra sesera se pueda ordenar de la misma manera que se hace en una computadora? Que se puedan ordenar los recuerdos en la carpeta adecuada, con título de olvido, que el presente esté organizado y colocado en la carpeta carpe diem, y el futuro esté totalmente colocado en la carpeta no sabe no contesta pero qué más da. ¿Cuánto tiempo ha de pasar para darme cuenta de que el suelo que piso es de algodón y en esas baldosas mi peso no aguanta? Que tengo que pisar la tierra, que tengo que dejar de valorar tanto el tiempo perdido y la procrastinación. Que tengo que dejar de buscar en la basura lo que ya no se puede utilizar, que solo tengo una vida, que nada dura eternamente salvo el miedo, pero hasta a él he de enfrentarme para ver mi desnudo frente al espejo y no esconderme tras sonrisas bobaliconas ni ojos guiñados que no quieren ver. Que ya es hora de guardar la falda de colegiala en el espacio interno de mi teta izquierda y salir victoriosa por el flujo de las venas que se marcan en mi vientre con tinta china: M  U  J  E  R. Que estoy harta de esperar que la puerta se abra a lo sésamo, que soy yo la portadora de las llaves matarile rile rile. Que ya es hora de pisar fuerte, que el horizonte está más cerca de mí que de la infinidad. Que ya es hora de cambiar.


lunes, 11 de junio de 2012

Otros tiempos...


-¡Ieeeeeh! ¡Venga! ¡Vámonos ya! ¡Ieeeeh!- gañía mi padre, como si mi cara y cuerpo de niña y mis manos de hombre curtido respondieran, con un mugido propio de las bestias que, día tras día,  amarraba con todas mis fuerzas (las que puede tener una niña de quince años recién cumplidos).

No había mejor momento que la vuelta a casa. El sol perdiendo bravura, la cebada meciéndose suavemente con el viento y rozándome en las manos como un murmullo, con el son cuál si fuera el frotar de la maya de forro que tienen las antiguas faldas de vuelo. Sin más sonidos que mi sofoco y el canto de los grajos revoloteando, y si acaso, con un poco de suerte, un pálido “ya está, hija, ya está bien por hoy” de una madre sumisa que jamás tuvo en mente sublimación mayor que la de negarse a un amo fantoche a azotar a su única hija por haberse caído del trillo. Más de tres días tuve la marca de la hebilla del cinturón, no sé cuánto le duraron a mi madre los golpes que nunca llegué a ver y cuyos gritos y “no por favor” resquebrajaron tantas veces mis oídos, hasta tal punto que dejé de oír. Ya no podía escuchar el latoso balido de las ovejas, o el aullido insaciable de Luca, nuestra perra ovejera. Ya no escuchaba salvo el “tutúm, tutúm” de un joven corazón que ansiaba salir de aquel infierno de cosechas doradas y bestias embravecidas por el recibimiento de latigazos demoledores de un dueño tuerto y encolerizado.

Decían los pueblerinos que por las noches, a altas horas de la madrugada, los gritos de las fieras atravesaban las rendijas de las puertas y ventanas de las casas, sacudiendo la tranquilidad noctámbula y levantando de un salto el llanto de los chiquillos atemorizados, por si los aullidos se transformaban en colmillos. Poco sabían entonces los aldeanos, que esos gritos no eran de las fieras, sino de una madre que era violada y golpeada por su marido, su dueño.

8 de Julio, el día en que por fin mi tío El Valenciano me encontró una noche, arrastrando los mulos por todo el Paseo de las Fuentes, con mi pijama verde, cubierta de pinchos de cardo y totalmente rebozada de polvo y sudor, sacudiendo a los bichos para que arrearan. Dijo que aquella imagen y el incesante tintineo de los cencerros que colgaban de las bestias, encendieron su autocompasión a modo de bombilla incandescente en el corazón –Esta no es vida pa’ ti- dijo, con esa voz tosca a la par que fraternal. Mi padre se opuso al principio, pero mi tío, con buenas dotes de mangonero y mucha labia, finalmente le convenció. Mi madre por fin respiró tranquila.

Eran las fiestas de San Cristóbal. El olor intenso a albahaca y claveles purificaba cada uno de los poros de mi piel de lagarto. Los pasodobles de la verbena llenaban las calles de sonrisas picaronas entre los jóvenes lugareños, sonrisas que yo tan sólo podía imaginar. Vestidos nuevos de volantes, vasos de plástico con sangría y un rico olorcillo a la flor de azahar impregnando besos y roces a escondidas. No recibí besos con lengua ni caricias por debajo de la falda, no me ofrecieron bebida ni sonrisas, ni vestidos bonitos ni bailes de verbena, tan solo unos dedos señalando a la “tontica el pueblo” y risas burlonas de cuatro mozos bien avenidos.

Cuarenta y dos años después, puedo decir, que soy libre, que aquellos eran otros tiempos...

miércoles, 6 de junio de 2012

La Montañesca

Asomas entre la bruma, entre nubes anaranjadas, entre cielos destapados y cuestas de infarto, esperando el momento en que tenga que decir adiós.

Te quedas con lo que vine: unas cuantas lágrimas, bastante desilusión y morriña. Me has visto ser más yo contigo que conmigo misma y te he dejado, bien conozco tus dotes de cauta y contemplativa, sin juicios ni prejuicios.

Ahora soy yo la que se va sin ti. Me quedo con las noches que me diste de amor, decepción, odio, sonrisas, reproches y algún que otro susto. Me llevo tus calles silenciosas y despeinadas, los secretos que me guardaste con recelo, y los ojos que tal vez no me vuelvan a mirar de frente, los tuyos.

"Llegaste siendo una niña y te vas siendo una mujer" me dice la luna al oído, sé que esa frase sale de tus balcones, donde tantos cigarros nos fumamos contemplando alternativas de cambio, emborrachándonos con licor de estrellas y cometas fantasmas. 

Qué poco sentido tendrán ahora los caminos llanos, qué sin sustancia los paseos sin recovecos, qué pequeña se hará la iglesia de San Felipe, San Fernando y San Agustín, al lado de tu mayor tesoro.

Trotacalles sin sentido ni señales de Stop, urbanos a toda vela, cláxones de coches olvidados en una estación... y tu estación, con Bogarts extraños jurándote billetes de vuelta. 

No habrá adiós sin prisas, ni dramas de media noche,  no habrá "no te vayas, quédate", ni trabajo, ni gritos, ni escolopín de serumano* a lo argentino, un simple "hasta otra" bastará para ser consciente de que me voy, sin mirar atrás, de reojo tal vez un poco. Escapando de tus ojos de castillo encantado.

Qué fríos serán los veranos sin tus grados de más en junio, julio y hasta en octubre; cuán cálidos serán los inviernos venideros sin tus gélidos despertares, esos que más de un dolor de espalda me contagiaste con aquellos tiritones...

Escolta, como tú sólo sabes, los cabos que dejé sueltos, puede que no tenga sentido amarrarlos ya, aún así cuida que no se te escapen, ya me conoces, sabes que gasto la costumbre de buscar lo que perdí.

Unas cuantas horas, minutos y suspiros para partir, dejarte donde siempre has estado y debes estar,  en tu montaña. 

Acuérdate de aquella niña que le pedía llorando a la luna llena, encontrar la aguja perdida en el pajar, y si por fortuna la encontraras, emerge de mis sueños, te estaré esperando. 

Adiós mi extraña pero querida Montañesa.



Serumano: Persona, Ser humano.

viernes, 1 de junio de 2012

Frenso


Palabras inventadas:
Pepitaje: Restos de basura, mugre esparcida por el suelo.
Guruñido: Ropa arrugada y fuera de su sitio.
Pinfoleto: Tablón donde se pinchan o cuelgan folletos, notas, etc.
Botulero: Persona que está todo el día sin hacer nada y se alimenta únicamente de embutido y comida grasa.
Braguitosca: Ropa interior gastada, con pelotillas.
Argostena:  Sendero de baba brillante que deja la babosa al pasar.
Solísquedo: Quedarse absorto mientras tomas el sol.
Broncavaca: Persona que gruñe mucho pero no se enfada, como el dicho: Mucho ladra poco muerde.
Norrojer: No tirar nunca de la cadena del váter después de hacer las necesidades.
Enguñir: Comerse las uñas de los pies.
Merdagardo: Persona que lleva sin ducharse días o hasta incluso semanas.
Jucuvento: Habitación dispuesta únicamente para guardar objetos valiosos.
Mulosauro: Persona de fuertes convicciones chafadas a la antigua.
Bimbonete: Cúmulo de agujeros o boquetes, hechos en las paredes, normalmente en el friso, y que ofrece comunicación entre las distintas habitaciones de la casa.
Séquilo: Manchas que salen en la piel por la edad.
Eufrenso: Nombre común.
Despromijado: Persona que ha tenido una infancia difícil.
Languícero: Persona que ha nacido para sufrir
Agresajo: Mal olor que sale por debajo de la puerta
Gotiferar: Tirar la puerta al suelo de tanto llamar

Frenso
Hasta el mismísimo nombre tuvo el afán de no hacerle justicia en vida. Eu, para los seres queridos, Frenso, para los más temidos, Fresco, para los más ingratos y Eufrenso para Dios y la carta de nacimiento. Despromijado y desprovisto de títulos que certificasen su escasa valía para desempeñar cualquier labor, había adquirido ese aspecto tan merdagardo y botulero, que ni Sita (su cobra real) se atrevía a trazar el bimbonete por miedo a toparse con él de frente.  El pinfoleto de la entrada llevaba años sin servir de utilidad, panfletos y ofertas de trabajo extraviadas por una mirada ciega de un languícero que no tiene mayor misión que la de enguñir. Fiel coleccionista de braguitosca, propenso a norrojer, a crear alfombras de pepitaje y formar gurruñidos por doquier, más de  una vez  ha despertado el agresajo la mala leche de algún vecino, que, iracundo ha intentado gotiferar.
Un pobre mulosauro que broncavaca entre los rincones de un hogar, que hace tiempo,  se transformó en arrecife donde las moscas verdes dejan sus huevos y las babosas su argostena deslustrada.  ¿Qué le queda?
Solísquedo en el balcón espera con cautela el momento de entrar en su jucuvento y buscar en la estantería de los sueños que todavía están por alcanzar. Espera, observa, pero finalmente… procrastina.