jueves, 14 de junio de 2012

Pisando la tierra

¿Nunca has tenido la sensación de estar perdiendo el tiempo? Ultimamente es la pregunta que más oigo, desde las tripas. Miras y buscas y no encuentras ¿Dónde coño se habrá metido la solución del galimatías? Las 2:34 de la mañana, debería tener más sueño que un perezoso, debería estar dando rienda suelta a los sueños que provienen del REM, esos sueños que justo cuando más los estás disfrutando un ruido poco oportuno te los arrebata. Imágenes zangoloteando en tu cabeza, ideas que van cociendo a fuego lento tanto tiempo que ya vas notando el olor a chamusquina. 

El tiempo...cuán valioso y efímero a la vez. Nos ata, nos manipula con dos manecillas, marcando un incesante tic-tac. El tiempo...perdido, pasado, futuro...pero siempre en torno a veinticuatro horas,mil cuatrocientos cuarenta minutos, ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Visto así parece que un día entero tiene tiempo suficiente, y así es. De organización peco yo, me va eso de retocar lo que ya está colocado, dejando de lado lo que lleva siglos sin limpiar, amontonado en un rincón que ni la mejor madre es capaz de acceder. Sí, ese rincón que algunos llaman mente. ¿Cuánto tiempo (y vuelvo a redundar en esta palabra) ha de pasar para que nuestra sesera se pueda ordenar de la misma manera que se hace en una computadora? Que se puedan ordenar los recuerdos en la carpeta adecuada, con título de olvido, que el presente esté organizado y colocado en la carpeta carpe diem, y el futuro esté totalmente colocado en la carpeta no sabe no contesta pero qué más da. ¿Cuánto tiempo ha de pasar para darme cuenta de que el suelo que piso es de algodón y en esas baldosas mi peso no aguanta? Que tengo que pisar la tierra, que tengo que dejar de valorar tanto el tiempo perdido y la procrastinación. Que tengo que dejar de buscar en la basura lo que ya no se puede utilizar, que solo tengo una vida, que nada dura eternamente salvo el miedo, pero hasta a él he de enfrentarme para ver mi desnudo frente al espejo y no esconderme tras sonrisas bobaliconas ni ojos guiñados que no quieren ver. Que ya es hora de guardar la falda de colegiala en el espacio interno de mi teta izquierda y salir victoriosa por el flujo de las venas que se marcan en mi vientre con tinta china: M  U  J  E  R. Que estoy harta de esperar que la puerta se abra a lo sésamo, que soy yo la portadora de las llaves matarile rile rile. Que ya es hora de pisar fuerte, que el horizonte está más cerca de mí que de la infinidad. Que ya es hora de cambiar.


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