martes, 31 de julio de 2012

In situ


Apaga la luz y con una copa de vino tinto en la mano se dirige al balcón. Doce pisos bajo sus pies, treinta y cinco metros y apenas siente vértigo cuando balancea las piernas sobre el infinito. Las rodillas aún las tiene renegridas y doloridas, la última mamada le salió más cara que de costumbre, aún le escocía la brecha de la cabeza que le había propiciado el puñetazo de un cliente que se quejaba por el servicio. El problema de que no se le levantara no era de la cantidad de alcohol que había ingerido, o de la cantidad de rayas que se había metido, o simplemente el hecho de que la edad para pasar las noches por el prostíbulo ya superaba, desde hacía tiempo, los sesenta y siete; no, la culpa era de "La Canalillos" que no la chupaba como la tenía que chupar. Ella, se mira el canalillo sonriente justo cuando al echar un trago de vino se le derraman unas gotas, y la risa que evoca al ver el tamaño tan reducido de sus tetas llega hasta el Bajo C Derecha. "La Canalillos", tiene gracia que le apoden así, piensa, cuando ni la talla ochenta y cinco rellena. Tiene gracia, piensa, que no la llamen "la mellá", pues ha perdido en los últimas dos semanas tres dientes y medio de las veces que ha tenido el gusto de saborear el suelo. 
No vino de otro país, nadie la engañó, nadie le ayudo ni le obligó a entrar en el gremio, ella sola se aventuró a participar con tan sólo dieciséis años, por el simple hecho de sentir la adrenalina bajo la falda. Tan sólo un par de consejos le dieron al entrar: "Más vale que compres condones y que después de cada trabajo te laves bien el coño".  Dieciséis años y una mochila. Una mera aficionada a las bazas del fracaso y con un gusto desajustado por la droga anhedónica del sexo facturado. No era el sexo lo que le provocaba el placer, ni los hombres, ni las mujeres, ni la droga, ni los golpes, ni el vino, ni el dinero, sino el vértigo de sentir la ausencia de todos ellos. Estar en la cuerda floja tambaleándose sin saber en qué momento dará un mal paso que la lleve al otro mundo, retando a la muerte a cada momento, esa era su religión. 
Ya lo había intentado varias veces y de distintas maneras, cada cual más extravagante. La primera vez recurrió, como es típico, a las pastillas pero nada. Después se arriesgó un poquillo más y se estrelló contra una pared de una pastelería  a ciento veinte kilómetros por hora, pero nada. En vistas de su invencibilidad, decidió tirarse desde un cuarto piso, cuando vivía en la Calle de la Llave, pero nada. Un par de huesos rotos, algún golpe en la cabeza que la había dejado un poco tonta, pero nada. Al tiempo, se tomó una tregua, había conocido a una chica en un bar de ambiente de Chueca y mantuvieron una relación de cinco años. A los tres años y medio de relación se había aburrido de ella, sus celos, manías y del olor a usado que desprendía su vagina. Aguantó dos años más, escapándose a altas horas de la madrugada, buscando debajo de los puentes jeringuillas de adrenalina (tríos en un principio), hombres, mujeres; y alguna vez que otra, por petición del cliente, con algún que otro animal, que como narradora no me atrevo a nombrar. Buscaba, debajo del lecho que había construido con Julia, resquicios de amor que la salvaran, pero eso ocurría tan pocas veces...La última vez que vio a Julia salir por la puerta fue el día que decidió probar con la cuchilla a rebanarse las venas, y la encontró con los ojos en blanco en medio de un charco de sirope de vena podrida. Lo último que recuerda de ella es el lunar tan erótico que tenía en el cachete derecho del culo. Disfrutaba mirándolo mientras ella dormía, e incluso alguna vez había dibujado una vida entera alrededor de aquel perfecto y delicado lunar. 
Entonces era joven y con la suerte de su lado. Los años...acaban pasando factura, y es lo que empieza a notar mientras practica equilibrismo a lo largo de los siete metros que mide la barandilla del balcón,  ese mismo por el que se escapan cada noche las partículas de riesgo que conforman su esencia. 
Nunca antes lo había probado, ponerse de puntillas a semejante altura suponía ahora unas leves cosquillas para sus tripas, pero justamente en el momento en que resbaló y la caída le regaló unos minutos de gloria para decir adiós, maldijo su fortuna al ser consciente, antes de desplumarse, que el gas, acumulándose en la cocina, la estaba esperando. 
Y así, Mercedes, se hundió por el canalillo de la muerte, llevándose su suerte y la vida de trece personas, de las cuales cinco acumulaban puntos de entusiasmo para hacer de su vida un diario de hazañas que contar a unos nietos, hijos, amigos, padres, hermanos y parejas que no llegarían a tener jamás. Remiendos sin remates, una muerte en vilo y trece vidas con desperdicio. 
Era martes y no era trece, era el desenlace de una agonía perenne y el principio de trece historias que a partir de ahora comenzarían al revés. 




martes, 24 de julio de 2012

Una pequeña ración de mocos para un pañuelo sucio y olvidado.


https://www.youtube.com/watch?v=lMoSxYoV7cI&feature=bf_next&list=AL94UKMTqg-9CAHDbyChnU3YpUICd8pFiv
Todo ocurrió una noche cualquiera. Acérquese querido lector, no tenga miedo. Acérquese más y escuche a medida que lee esta historia. A lo lejos suena una melodía cuyas notas se agitan lánguidas por las venas de dos personajes perdidos y destinados a encontrarse. Apresúrese entrañado lector, tome asiento y cierre bien las puertas, la corriente puede llevarse de un suspiro los "te quiero", las promesas, los olvidos.
Todo ocurrió una noche de tormenta veraniega en un bar de carretera, dos extraños y un paraguas naranja:
- Buenas noches. Un "Gin Tonic", por favor, con mucho hielo.
- Ahora mismo.
- ¿Qué hace una señorita tan joven trabajando en un suburbio como este? ¿Cuántos años tiene?
- ¿Y a ti qué te importa?- Gimió ella, girando la cabeza con un aire felino y hollywoodense de los cincuenta que el último hielo de la copa se deshizo al leve contacto de sus largos dedos con el cristal. -Son 12 euros-
- ¿Doce? Es demasiado, ¿no cree?
- Cierto, demasiado barato, debería cobrarte 30 por la osadía y la desfachatez. ¿Crees que este tipo se mantiene del aire? Descarado...
Esa lengua venenosa y esos falsos aires de grandeza no hicieron sino avivar el interés.
- ¿Cómo no lo había pensado antes? A la hija legítima y primogénita de Adonis nada le ha de faltar, de lo contrario esas curvas serían tan aburridas como las carreteras manchegas. Dígame, ¿Quién dio cuerda a esa lengua para ser tan atrevida?- Insinuó, cogiendo sus manos, esbozando una pícara y resplandeciente sonrisa.
- ¡Márchese de aquí inmediatamente!- Gritó enfurecida, retirando las manos.
- Está bien. Aunque le digo una cosa, dentro de un momento caerá usted rendida a mis brazos, rogándome que no me vaya jamás de su lado. Acuérdese, antes de que salga por esa puerta usted me amará locamente.
- Ya quisieras. ¡Vamos, lárguese!
- Descuide, ya me voy.
- Espere, se deja la gabardina, la noche no está para ir en cueros. 
- Gracias, señorita, perdone si le he molestado. 
Antes de que aquel extraño pisara la línea que separa la entrada de la salida...
- ¡Espere! 
- Dígame, señorita.
- Aún no me has dicho ni tu nombre ni de dónde vienes. Anda, pasa, a ver si mientras escampa.
- Muchas gracias.
- Dime pues, ¿De dónde vienes? ¿Acabas de salir del manicomio? Esa forma tan romanticona de hablar sólo puede venir de la boca de un loco o un fantasma y yo no creo en los fantasmas, por tanto...
- Bueno, llámeme loco porque lo estoy. Desde que hizo ese gesto con la cabeza como una gatita rabiosa, dulce e inocente, perdí el sentido. Su pelo salvaje, sus ojos negros. Fíjese, hasta los cubitos de hielo se han derretido al contemplarla.
- Anda, calla y dime cómo te llamas. ¿Qué hace un tipo como tú por aquí? Seguro que vienes de muy lejos. ¿A qué te dedicas? ¿Eres escritor o algo?
- Un momento, disculpe. ¿Eso es una gramola?
- Así es.
- ¿Y funciona?
- Creo que sí. Me la trajo mi padre de un viaje. Adelante, encíendela si quieres.
- Que cursi eres. ¿Nunca te lo han dicho? Seguro que le dices lo mismo a todas las que te vas encontrando. 
- Está preciosa, ya me advirtió la luna al entrar aquí, que había un ángel caído que me estaba esperando. ¿Tendría usted la amabilidad de bailar conmigo esta canción?
- Mmm...Bueno, si me lo dices así... Pero sólo por esta vez. Aún no me has dicho quién eres ni de dónde vienes.
- Soy lo que anda buscando desde que se levanta. Soy la sombra que le acaricia cuando el sol le alumbra. Vengo de ninguna parte, vengo de tan lejos que ni en esos ojos negros podría encontrarme, salvo...
- ¿Salvo, qué?
- Salvo en esos labios que me están pidiendo a gritos que la bese.
- Eres tan...
Una ola de aire fresco entró por la ventana del rincón derecho, levantando una falda recatada y las cortinas de cuadros verdes y blancos y envolviéndoles en un tórrido beso. Su bravura masculina se ensanchaba a medida que las manos se deslizaban con viveza por los bajos de su cintura hacia a unos glúteos tan redondos, perfectos y duros como el basalto. Y en ese instante en que los fluidos salivares se mezclaban con los agravios preliminares y la desvergüenza se revolvía con la ingenuidad, unos pechos se descubrían y se erizaban por primera vez, una lengua aprendía a besar y una boca felina aprendía a invocar: "No te vayas, no me dejes nunca, por favor". Y mientras la profecía se  cumplía a la luz tenue de dos farolillos añosos, un alma maldita pagaba su cuenta, se encendía sigilosamente un último cigarro y tras el último trago respondía con infinita seguridad y profunda mirada: "Te lo dije, preciosa mía".
Así fue querido lector como un corazón joven dejó de latir por un segundo, cuando un enorme paraguas naranja se atrevió a romper el silencio y a enfriar con las gotas de la realidad un final, embolsándose un gélido adiós y despojándose de un valioso y silente "Te quiero".