martes, 24 de julio de 2012

Una pequeña ración de mocos para un pañuelo sucio y olvidado.


https://www.youtube.com/watch?v=lMoSxYoV7cI&feature=bf_next&list=AL94UKMTqg-9CAHDbyChnU3YpUICd8pFiv
Todo ocurrió una noche cualquiera. Acérquese querido lector, no tenga miedo. Acérquese más y escuche a medida que lee esta historia. A lo lejos suena una melodía cuyas notas se agitan lánguidas por las venas de dos personajes perdidos y destinados a encontrarse. Apresúrese entrañado lector, tome asiento y cierre bien las puertas, la corriente puede llevarse de un suspiro los "te quiero", las promesas, los olvidos.
Todo ocurrió una noche de tormenta veraniega en un bar de carretera, dos extraños y un paraguas naranja:
- Buenas noches. Un "Gin Tonic", por favor, con mucho hielo.
- Ahora mismo.
- ¿Qué hace una señorita tan joven trabajando en un suburbio como este? ¿Cuántos años tiene?
- ¿Y a ti qué te importa?- Gimió ella, girando la cabeza con un aire felino y hollywoodense de los cincuenta que el último hielo de la copa se deshizo al leve contacto de sus largos dedos con el cristal. -Son 12 euros-
- ¿Doce? Es demasiado, ¿no cree?
- Cierto, demasiado barato, debería cobrarte 30 por la osadía y la desfachatez. ¿Crees que este tipo se mantiene del aire? Descarado...
Esa lengua venenosa y esos falsos aires de grandeza no hicieron sino avivar el interés.
- ¿Cómo no lo había pensado antes? A la hija legítima y primogénita de Adonis nada le ha de faltar, de lo contrario esas curvas serían tan aburridas como las carreteras manchegas. Dígame, ¿Quién dio cuerda a esa lengua para ser tan atrevida?- Insinuó, cogiendo sus manos, esbozando una pícara y resplandeciente sonrisa.
- ¡Márchese de aquí inmediatamente!- Gritó enfurecida, retirando las manos.
- Está bien. Aunque le digo una cosa, dentro de un momento caerá usted rendida a mis brazos, rogándome que no me vaya jamás de su lado. Acuérdese, antes de que salga por esa puerta usted me amará locamente.
- Ya quisieras. ¡Vamos, lárguese!
- Descuide, ya me voy.
- Espere, se deja la gabardina, la noche no está para ir en cueros. 
- Gracias, señorita, perdone si le he molestado. 
Antes de que aquel extraño pisara la línea que separa la entrada de la salida...
- ¡Espere! 
- Dígame, señorita.
- Aún no me has dicho ni tu nombre ni de dónde vienes. Anda, pasa, a ver si mientras escampa.
- Muchas gracias.
- Dime pues, ¿De dónde vienes? ¿Acabas de salir del manicomio? Esa forma tan romanticona de hablar sólo puede venir de la boca de un loco o un fantasma y yo no creo en los fantasmas, por tanto...
- Bueno, llámeme loco porque lo estoy. Desde que hizo ese gesto con la cabeza como una gatita rabiosa, dulce e inocente, perdí el sentido. Su pelo salvaje, sus ojos negros. Fíjese, hasta los cubitos de hielo se han derretido al contemplarla.
- Anda, calla y dime cómo te llamas. ¿Qué hace un tipo como tú por aquí? Seguro que vienes de muy lejos. ¿A qué te dedicas? ¿Eres escritor o algo?
- Un momento, disculpe. ¿Eso es una gramola?
- Así es.
- ¿Y funciona?
- Creo que sí. Me la trajo mi padre de un viaje. Adelante, encíendela si quieres.
- Que cursi eres. ¿Nunca te lo han dicho? Seguro que le dices lo mismo a todas las que te vas encontrando. 
- Está preciosa, ya me advirtió la luna al entrar aquí, que había un ángel caído que me estaba esperando. ¿Tendría usted la amabilidad de bailar conmigo esta canción?
- Mmm...Bueno, si me lo dices así... Pero sólo por esta vez. Aún no me has dicho quién eres ni de dónde vienes.
- Soy lo que anda buscando desde que se levanta. Soy la sombra que le acaricia cuando el sol le alumbra. Vengo de ninguna parte, vengo de tan lejos que ni en esos ojos negros podría encontrarme, salvo...
- ¿Salvo, qué?
- Salvo en esos labios que me están pidiendo a gritos que la bese.
- Eres tan...
Una ola de aire fresco entró por la ventana del rincón derecho, levantando una falda recatada y las cortinas de cuadros verdes y blancos y envolviéndoles en un tórrido beso. Su bravura masculina se ensanchaba a medida que las manos se deslizaban con viveza por los bajos de su cintura hacia a unos glúteos tan redondos, perfectos y duros como el basalto. Y en ese instante en que los fluidos salivares se mezclaban con los agravios preliminares y la desvergüenza se revolvía con la ingenuidad, unos pechos se descubrían y se erizaban por primera vez, una lengua aprendía a besar y una boca felina aprendía a invocar: "No te vayas, no me dejes nunca, por favor". Y mientras la profecía se  cumplía a la luz tenue de dos farolillos añosos, un alma maldita pagaba su cuenta, se encendía sigilosamente un último cigarro y tras el último trago respondía con infinita seguridad y profunda mirada: "Te lo dije, preciosa mía".
Así fue querido lector como un corazón joven dejó de latir por un segundo, cuando un enorme paraguas naranja se atrevió a romper el silencio y a enfriar con las gotas de la realidad un final, embolsándose un gélido adiós y despojándose de un valioso y silente "Te quiero".

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