De corazón y científicamente recibimos las condolencias del
médico forense y, sin más, le enterramos.
Tres meses han pasado y lo que no me puedo quitar de la
cabeza no es el olor putrefacto, sus gritos desgarradores consumiéndose mientras
el alquitrán le abrasa por debajo de la cintura, o la mirada vacía de Helena al
recibir la noticia; no. Son sus ojos.
Lo he intentado casi todo para olvidar: pastillas,
alcohol, psicoterapia, sexo con extraños… Aun así, me persigue esa mirada aterrorizada
y consciente de que, mientras se quema, nada se puede hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario