miércoles, 21 de septiembre de 2011

Lágrimas de San Lorenzo


- ¡Joder! ¡Estate quieto!...siempre igual, ¡que pesado!- me gritaba mi hermana pequeña, con voz gachosona y repelente, típica de una niña de once años, harta de gachas (como decía mi abuelo). Yo me reía mientras seguía haciéndole los perrillos (cosquillas).

Recuerdo, que solíamos ir con los primos, a una cabaña abandonada en medio del campo. Allí nos comíamos las sandías que habíamos robado, unos cuantos racimos de uvas a medio a hacer y un par de melones, vamos, que nos poníamos las botas, vaya. Se escuchaba en el ambiente música ochentera, ese tipo de música que a día de hoy me sigue erizando la piel. Acordes de recuerdos...


Yo, que siempre he sido un poco retraído, tímido, pero cansino, algo perezoso, y porculero, aun así me limitaba a robar la materia prima para que se lo comieran los demás, me gustaba mirar cómo los demás disfrutaban.
Y entre todas las chicas habidas y por haber del pueblo, a mí me gustaba Melisa (pelusa le decía yo, pa’ dar por saco). Que chica, era tan distinta... No, ni mucho menos, no pienses que era la típica niña de quince años, que va. Era fan incondicional de Alejandro Sanz, su amor platónico como ella decía. Era algo destartalada, vestía ropa (por llamarlo así) algo extraña, decía que iba a la moda, no sé. Iba siempre con un pañuelo a juego con sus zapatillas, tenia de todos los colores. Yo recuerdo, que el que más me gustaba era el pañuelo rosa con dibujitos de zapatos de tacón blancos, que graciosa estaba con él. Melisa iba a la moda de la ropa de mercadillo de pueblo. Era poco femenina, pero tenía una sonrisa... que de verdad, tenías que verla, te iluminaba. Y no hablemos de su risa contagiosa, se la oía a kilómetros de distancia, je je je. Yo por entonces era un chaval de 14 años, harto de hacerme pajas mirando revistas guarras de mi hermano mayor. No pienses mal, todos lo hemos hecho, incluso las chicas ¿o no? Bueno, ellas no lo dicen, pero lo hacen.

Recuerdo que un día me pilló mi padre en plena faena, y lo único que me dijo fue:

- Hijo, utiliza clínex para limpiar después lo que manches- Dijo, como si tal cosa. A mí se me quedó una cara de imbécil, me quedé más blanco que la “leche”. No sé por qué coño tuve que contarles tal anécdota a los amigos, tuve la bromita del clínex para rato.
Recuerdo, que mi vida de chiquillo atontado y apollardao*, cambió con lo que pasó aquella noche, que salimos, como de costumbre, a robar sandías.

Era una noche bastante calurosa, creo que la más calurosa del año, era 22 de julio, mi cumpleaños. Ese día me puse una camiseta bastante friqui, blanca y con el dibujo en el centro del fantasma de la película Goshtbusters, me la habían regalado mis padres, era mi película favorita por entonces. Recuerdo, que cogí mi bocata de tortilla de patatas con queso, y me fui al parquecillo donde todos jugábamos hasta las mil de la noche. Esa noche Melisa llevaba mi pañuelo favorito y me guiño un ojo, como siempre. Estábamos todos y todas. Jugábamos al balón prisionero, a la comba, al futbol, al escondite de flechas, contábamos chistes, nos metíamos unos con otros, discutíamos y al momento nos abrazábamos. Todo iba bien, hasta que llegó él, Jonathan. Crio mierda, me sacaba cuatro años y medio, pero parecía tener diez menos. Siempre nos regañaban por su culpa los vecinos, nosotros no solíamos molestar, al menos no con intención. Pero él llegaba con los cuatro macarras que le acompañaban hasta pa’ cagar y cada noche nos liaban una. El caso es, que no sé muy bien por qué, yo le caía bien. No me lo explico.

Bueno, esa noche, llegó con sus amigos, y nos dijeron que si íbamos con ellos a robar sandías y nos echábamos unas risas. Recuerdo que el cielo estaba totalmente estrellado, no sé si por entonces serían las lágrimas de San Lorenzo, pero alguna que otra estrella fugaz vi. Todos accedimos, menos mi hermana, le daba miedo, así que ella se quedó con mis primas en el parquecillo.
Recuerdo como, conforme íbamos subiendo la cuesta, que se perdía en el campo, la noche se tornaba más oscura. Íbamos cantando canciones inventadas, de pueblo, de esas que cada uno las canta a su manera, y donde la letra está llena de las tetas de Ramona o de cualquiera, el conejo de la Loles, a saber...
La oscuridad me echó un cable y Melisa, haciéndose la valiente, pero cagailla de miedo me dio su mano temblorosa. Que linda era, se hacia la machorrilla* para hacerse un poco la interesante, y lo conseguía, pero cuando de verdad era ella misma, era...increíble, muy dulce.

Llegamos por fin a nuestro destino, en mitad del campo, grandes hectáreas de tierra llenas de sandías y melones, y en mitad del terreno una alberca con agua limpia. ¿Cómo no? Nos fuimos directamente a tirarnos al agua, por supuesto que sí. Todos no, Jonathan y los macarras se quedaron atrás robando, cerca de la caseta. Yo estaba en el agua, intentando tirar a Melisa, era un sueño hecho realidad para mí. Las hormonas revoloteaban alrededor de mi pene, agrandando el tamaño. Menos mal que estaba oscuro, Melisa habría salido corriendo. No se metió al agua, justo cuando ya la había convencido, se oyeron gritos. Nos acojonamos pero de verdad. Oímos unos gritos de un hombre mayor y también de chicos, debían ser Jonathan y los otros. Salimos todos del agua y fuimos corriendo, cuando de repente oímos un disparo. Sinceramente, no me mee en los pantalones pero faltó muy poco. Al poco de oír el disparo, oímos más gritos, que se confundían con los nuestros haciendo eco en el viento. Y conforme salíamos del terreno, lo vimos.



Yo me quedé...no sé definirlo, pero seguro que sin color en la cara. Ahí estaba tumbado, un cuerpo inerte de uno de los chicos. Se llamaba Luis, era un macarrilla, amigo de toda la vida de Jonathan. Tenía 13 años, llevaba siempre ropa heavy, con cadenas en los bolsillos. Esa noche, las cadenas se tiñeron de rojo con su propia sangre. Nunca, nunca en la vida, he visto llorar tanto a alguien como lloraba Jonathan esa noche, estaba gritando y se había meado encima. El otro chico estaba como yo, totalmente inmóvil. Melisa no paraba de gritar también, era horrible.
Con tanto grito el hombre mayor que había disparado se acercaba corriendo hacia nosotros. Estábamos acojonados pensando que nos iba a matar. Pero fue peor aun. Conforme se iba acercando:

-ay madre mía, ay madre mía señor, que no sea lo que estoy pensando, ay dios mío, ay dios mío- invocaba mientras se acercaba corriendo.

No se me va a olvidar jamás en la vida la escena. Cuando llegó el pobre hombre desesperado y vio en el suelo el cuerpo del chico. Ni más ni menos, era su nieto. No os lo puedo describir, el dolor más desgarrador, más profundo, más hondo, que yo sentí al ver al pobre abuelo cogiendo a su nieto, gritando como un lobo, llorando como un bebé.

- ¡Luisito! ¡Luisitooo! ¡Dios miooo! que he hecho, que he hecho dios mío, Luisito…Luisito no contestó. Yo realmente no solté ni una lágrima, ni una mísera lágrima, fui el único que bajó corriendo los dos kilómetros para buscar ayuda. Pero, cuando por fin llegué a casa para contar lo que había pasado, directamente me derrumbé. Me temblaban las piernas, no me salía la voz, me sentaron, me dieron unas cuantas tilas, pero nada. Tenía una desesperación tan grande que me pasé abrazado a mi madre toda la noche hasta que el sueño me venció.

Es cierto, las cosas que te pasan de pequeño te marcan muchísimo, y aunque los psicólogos digan que ese tipo de cosas que te pasan en la vida, tan traumáticas, sólo forman una pequeña parte de la evolución y el desarrollo de tu persona; sinceramente, ¡a la mierda! No me hizo más hombre ser testigo de cómo un pobre abuelo, que vivía prácticamente sólo en una caseta durante todo el verano, mataba por error a su nieto. Sinceramente, eso no me hizo más adulto, pero me hizo valorar mucho más las cosas.



Volví a jugar, claro que sí, como siempre, con los de siempre. Pero, no sé, realmente ya no era nada igual. Jonathan no volvió a aparecer por el parquecillo, y sinceramente, a día de hoy, me acuerdo mucho de él, me pregunto cómo le irá. Es curioso, ese desprecio que le había tenido siempre se había convertido, desde aquello, en compasión.

Del abuelo, lo único que sé es que lo tuvieron que ingresar unos meses en el hospital, sufrió unos cuantos infartos, y nada, murió a los dos meses de aquello. Sí, infarto, yo creo que literalmente se le rompió el corazón, pobre José.

Del resto de amigos sé poco. Ahora ya no tengo 15, sino 36 años, no soy tan tímido, digo las cosas como las pienso. Pero me sigo haciendo las mismas pajas, ¿eh? aunque de vez en cuando echo algún que otro clavo con mi novia, llevamos 12 años juntos, la conocí en la universidad.

¿Melisa? Ayyy mi pelusa, como le decía yo. No, Melisa y yo nunca salimos. Le gustaba coquetear conmigo pero siempre me decía la puñetera frase:

- es que te quiero mucho como amigo, me caes muy bien, pero no me gustas- Me lo decía con esa voz pasota, que me ponía aun más cachondo si cabe. No sé mucho de ella, creo que se fue a un pueblo de Galicia con un chico, digo yo que se casaría, no lo sé. Lo mismo un día de estos... le escribo.

Qué tiempos aquellos... A día de hoy, soy treintañero más con más o menos suerte, con un trabajo cualquiera y muchas cosas pendientes que, algún día, debiera resolver., y siempre que termino de currar, me voy un poco a correr, por aquellos campos, que me traen aroma de recuerdo dulce y amargo, empapados con canciones ochenteras, olor a juventud. Y sigo corriendo... sintiendo el aire... sintiendo la vida.

2 comentarios:

A. dijo...

Vuelve la comatosa más creíble. Muy bueno aunque con algún momento...

Rosa dijo...

habia que meterle ficcion...un pooquillo, bueno, ficción...ficción...pasó algo parecido pero lo he maquillao un poquillo pa darle mas emocion...jejejejeje.