-Hola-
-Hola-
Cada día, la misma palabra, convertida en frase, al menos para mí. Todos y cada uno de los días del mes y del año, nos decíamos un simple e increíble HOLA. Siempre empezaba ella.
Desde lejos la veía venir cada día hacia mí, siempre a la misma hora. Yo solía llevar mi café sólo, con doble de azúcar, en la mano; unas gotas de colonia barata demás y unas gafas de pasta cuadradas color marrón, casi siempre a juego con mi corbata de barcos (ya, menuda pinta…). Pero ella, cada día, con una sonrisa tan blanca como la nieve, me decía hola. Solía llevar el pelo suelto, rizado, una melena rubia de leona (seguro que sería una tigresa en la cama) esos ojos rasgados, azules como el agua en primavera, unos labios rojos en forma de corazón, diooos…¿Quién me iba a decir, que sería tan afortunado hoy?
Desde lejos la veía venir cada día hacia mí, siempre a la misma hora. Yo solía llevar mi café sólo, con doble de azúcar, en la mano; unas gotas de colonia barata demás y unas gafas de pasta cuadradas color marrón, casi siempre a juego con mi corbata de barcos (ya, menuda pinta…). Pero ella, cada día, con una sonrisa tan blanca como la nieve, me decía hola. Solía llevar el pelo suelto, rizado, una melena rubia de leona (seguro que sería una tigresa en la cama) esos ojos rasgados, azules como el agua en primavera, unos labios rojos en forma de corazón, diooos…¿Quién me iba a decir, que sería tan afortunado hoy?
Normalmente, coincidíamos al entrar en el edificio donde trabajamos, y sólo en ese único instante compartíamos ese momento rutinario, esa sonrisa forzada.
Pero hoy, hoy ha sido especial desde el principio. Me levanté tarde, unos diez minutos, casi ni desayuné (no me gusta faltar a mis responsabilidades y menos aun ser impuntual). Me calcé rápido y ni siquiera me eché colonia (ya sabes, las prisas no son buenas). Como de costumbre, cogí el metro, en Madrid es estresante moverte en coche y una gran pérdida de tiempo. Cuando salí de la boca del metro, ahí estaba ella, con su uniforme de ejecutiva, color crema, una falda sugerente por encima de la rodilla, y una camisa fina, desabrochada por el tercer botón, dejando entrever sus preciosos y dulces pechos. Debió ser entonces, cuando me fijé en sus pechos, o cuando ella miró hacia atrás para decirme hola, cuando dejé de ver, oír, hablar, y sobre todo, dejé de andar.
No sé muy bien, qué pasó realmente, los médicos me dicen que la contusión me ha jodido la memoria, lo que sí sé es que está aquí, me está mirando, me está cogiendo la mano y me está preguntando con una lágrima seca en su mejilla izquierda:
- ¿qué tal estás?, no te preocupes, yo estoy aquí, pronto vendrá tu familia, no me moveré de aquí hasta que vengan-
Me coge la mano, y me mira fijamente, me acaricia la frente y me retira el pelo. Lo que no sabe, es que no tengo familia, al menos aquí en Madrid, lo que no sabe es, que casi me alegro por un momento que esté completamente hecho polvo, con tal de ver su cara de preocupación. Me alegro, sí, aunque me hayan tenido que apuntar media pierna, debe ser que el camión de congelados, no llevaría demasiada carga y arreó con mi pierna, no me importa. Porque, ahora me estoy tomando una buena dosis de suero, mientras ella se toma su café y me promete, al menos por este momento, que no se marcha a ninguna parte, que está aquí, sólo conmigo, intercambiando miradas por palabras, algo más largas que el simple, insípido y puñetero: HOLA.
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