Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, muñequito. Justo cuando tu pelo se torne castaño claro, como antes. Justo cuando tu sonrisa se vuelva blanca y de leche. Justo cuando el brillo de tus ojillos negros se refleje en los míos, al mirarte. Justo cuando tus tiernos balbuceos se escuchen a distancia y se perciban tan nítidos como tu primera palabra. Justo cuando te acune y te tenga entre mis brazos por última vez. Justo entonces volveremos a vernos. Justo entonces, mi pequeño duende, volveré a tener fe.
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miércoles, 21 de septiembre de 2011
Fe
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Rosa
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Microrrelatos en botella
Lágrimas de San Lorenzo
- ¡Joder! ¡Estate
quieto!...siempre igual, ¡que pesado!- me gritaba mi hermana pequeña, con voz
gachosona y repelente, típica de una niña de once años, harta de gachas (como
decía mi abuelo). Yo me reía mientras seguía haciéndole los perrillos
(cosquillas).
Recuerdo, que solíamos
ir con los primos, a una cabaña abandonada en medio del campo. Allí nos
comíamos las sandías que habíamos robado, unos cuantos racimos de uvas a medio
a hacer y un par de melones, vamos, que nos poníamos las botas, vaya. Se
escuchaba en el ambiente música ochentera, ese tipo de música que a día de hoy
me sigue erizando la piel. Acordes de recuerdos...
Yo, que siempre he sido
un poco retraído, tímido, pero cansino, algo perezoso, y porculero, aun así me
limitaba a robar la materia prima para que se lo comieran los demás, me gustaba
mirar cómo los demás disfrutaban.
Y entre todas las chicas
habidas y por haber del pueblo, a mí me gustaba Melisa (pelusa le decía yo, pa’
dar por saco). Que chica, era tan distinta... No, ni mucho menos, no pienses que
era la típica niña de quince años, que va. Era fan incondicional de Alejandro
Sanz, su amor platónico como ella decía. Era algo destartalada, vestía ropa
(por llamarlo así) algo extraña, decía que iba a la moda, no sé. Iba siempre
con un pañuelo a juego con sus zapatillas, tenia de todos los colores. Yo
recuerdo, que el que más me gustaba era el pañuelo rosa con dibujitos de
zapatos de tacón blancos, que graciosa estaba con él. Melisa iba a la moda de
la ropa de mercadillo de pueblo. Era poco femenina, pero tenía una sonrisa... que
de verdad, tenías que verla, te iluminaba. Y no hablemos de su risa contagiosa,
se la oía a kilómetros de distancia, je je je. Yo por entonces era un chaval
de 14 años, harto de hacerme pajas mirando revistas guarras de mi hermano
mayor. No pienses mal, todos lo hemos hecho, incluso las chicas ¿o no? Bueno,
ellas no lo dicen, pero lo hacen.
Recuerdo que un día me
pilló mi padre en plena faena, y lo único que me dijo fue:
- Hijo, utiliza clínex
para limpiar después lo que manches- Dijo, como si tal cosa. A mí se me quedó
una cara de imbécil, me quedé más blanco que la “leche”. No sé por qué coño
tuve que contarles tal anécdota a los amigos, tuve la bromita del clínex para
rato.
Recuerdo, que mi vida
de chiquillo atontado y apollardao*, cambió con lo que pasó aquella noche, que
salimos, como de costumbre, a robar sandías.
Era una noche bastante
calurosa, creo que la más calurosa del año, era 22 de julio, mi cumpleaños. Ese
día me puse una camiseta bastante friqui, blanca y con el dibujo en el centro
del fantasma de la película Goshtbusters, me la habían regalado mis padres, era
mi película favorita por entonces. Recuerdo, que cogí mi bocata de tortilla de
patatas con queso, y me fui al parquecillo donde todos jugábamos hasta las mil
de la noche. Esa noche Melisa llevaba mi pañuelo favorito y me guiño un ojo,
como siempre. Estábamos todos y todas. Jugábamos al balón prisionero, a la
comba, al futbol, al escondite de flechas, contábamos chistes, nos metíamos
unos con otros, discutíamos y al momento nos abrazábamos. Todo iba bien, hasta
que llegó él, Jonathan. Crio mierda, me sacaba cuatro años y medio, pero
parecía tener diez menos. Siempre nos regañaban por su culpa los vecinos,
nosotros no solíamos molestar, al menos no con intención. Pero él llegaba con
los cuatro macarras que le acompañaban hasta pa’ cagar y cada noche nos liaban
una. El caso es, que no sé muy bien por qué, yo le caía bien. No me lo explico.
Bueno, esa noche, llegó
con sus amigos, y nos dijeron que si íbamos con ellos a robar sandías y nos
echábamos unas risas. Recuerdo que el cielo estaba totalmente estrellado, no sé
si por entonces serían las lágrimas de San Lorenzo, pero alguna que otra
estrella fugaz vi. Todos accedimos, menos mi hermana, le daba miedo, así que
ella se quedó con mis primas en el parquecillo.
Recuerdo como, conforme
íbamos subiendo la cuesta, que se perdía en el campo, la noche se tornaba más
oscura. Íbamos cantando canciones inventadas, de pueblo, de esas que cada uno
las canta a su manera, y donde la letra está llena de las tetas de Ramona o de
cualquiera, el conejo de la Loles, a saber...
La oscuridad me echó un
cable y Melisa, haciéndose la valiente, pero cagailla de miedo me dio su mano
temblorosa. Que linda era, se hacia la machorrilla* para hacerse un poco la
interesante, y lo conseguía, pero cuando de verdad era ella misma,
era...increíble, muy dulce.
Llegamos por fin a
nuestro destino, en mitad del campo, grandes hectáreas de tierra llenas de
sandías y melones, y en mitad del terreno una alberca con agua limpia. ¿Cómo
no? Nos fuimos directamente a tirarnos al agua, por supuesto que sí. Todos no,
Jonathan y los macarras se quedaron atrás robando, cerca de la caseta. Yo
estaba en el agua, intentando tirar a Melisa, era un sueño hecho realidad para
mí. Las hormonas revoloteaban alrededor de mi pene, agrandando el tamaño. Menos
mal que estaba oscuro, Melisa habría salido corriendo. No se metió al agua,
justo cuando ya la había convencido, se oyeron gritos. Nos acojonamos pero de
verdad. Oímos unos gritos de un hombre mayor y también de chicos, debían ser
Jonathan y los otros. Salimos todos del agua y fuimos corriendo, cuando de
repente oímos un disparo. Sinceramente, no me mee en los pantalones pero faltó
muy poco. Al poco de oír el disparo, oímos más gritos, que se confundían con
los nuestros haciendo eco en el viento. Y conforme salíamos del terreno, lo vimos.
Yo me quedé...no sé
definirlo, pero seguro que sin color en la cara. Ahí estaba tumbado, un cuerpo
inerte de uno de los chicos. Se llamaba Luis, era un macarrilla, amigo de toda
la vida de Jonathan. Tenía 13 años, llevaba siempre ropa heavy, con cadenas en
los bolsillos. Esa noche, las cadenas se tiñeron de rojo con su propia sangre.
Nunca, nunca en la vida, he visto llorar tanto a alguien como lloraba Jonathan
esa noche, estaba gritando y se había meado encima. El otro chico estaba como
yo, totalmente inmóvil. Melisa no paraba de gritar también, era horrible.
Con tanto grito el hombre
mayor que había disparado se acercaba corriendo hacia nosotros. Estábamos
acojonados pensando que nos iba a matar. Pero fue peor aun. Conforme se iba
acercando:
-ay madre mía, ay madre
mía señor, que no sea lo que estoy pensando, ay dios mío, ay dios mío- invocaba
mientras se acercaba corriendo.
No se me va a olvidar
jamás en la vida la escena. Cuando llegó el pobre hombre desesperado y vio en
el suelo el cuerpo del chico. Ni más ni menos, era su nieto. No os lo puedo
describir, el dolor más desgarrador, más profundo, más hondo, que yo sentí al
ver al pobre abuelo cogiendo a su nieto, gritando como un lobo, llorando como
un bebé.
- ¡Luisito! ¡Luisitooo!
¡Dios miooo! que he hecho, que he hecho dios mío, Luisito…- Luisito no contestó. Yo
realmente no solté ni una lágrima, ni una mísera lágrima, fui el único que bajó
corriendo los dos kilómetros para buscar ayuda. Pero, cuando por fin llegué a
casa para contar lo que había pasado, directamente me derrumbé. Me temblaban
las piernas, no me salía la voz, me sentaron, me dieron unas cuantas tilas,
pero nada. Tenía una desesperación tan grande que me pasé abrazado a mi madre
toda la noche hasta que el sueño me venció.
Es cierto, las cosas
que te pasan de pequeño te marcan muchísimo, y aunque los psicólogos digan que
ese tipo de cosas que te pasan en la vida, tan traumáticas, sólo forman una
pequeña parte de la evolución y el desarrollo de tu persona; sinceramente, ¡a
la mierda! No me hizo más hombre ser testigo de cómo un pobre abuelo, que vivía
prácticamente sólo en una caseta durante todo el verano, mataba por error a su
nieto. Sinceramente, eso no me hizo más adulto, pero me hizo valorar mucho más
las cosas.
Volví a jugar, claro
que sí, como siempre, con los de siempre. Pero, no sé, realmente ya no era nada
igual. Jonathan no volvió a aparecer por el parquecillo, y sinceramente, a día
de hoy, me acuerdo mucho de él, me pregunto cómo le irá. Es curioso, ese
desprecio que le había tenido siempre se había convertido, desde aquello, en
compasión.
Del abuelo, lo único
que sé es que lo tuvieron que ingresar unos meses en el hospital, sufrió unos
cuantos infartos, y nada, murió a los dos meses de aquello. Sí, infarto, yo
creo que literalmente se le rompió el corazón, pobre José.
Del resto de amigos sé
poco. Ahora ya no tengo 15, sino 36 años, no soy tan tímido, digo las cosas
como las pienso. Pero me sigo haciendo las mismas pajas, ¿eh? aunque de vez en
cuando echo algún que otro clavo con mi novia, llevamos 12 años juntos, la
conocí en la universidad.
¿Melisa? Ayyy mi
pelusa, como le decía yo. No, Melisa y yo nunca salimos. Le gustaba coquetear
conmigo pero siempre me decía la puñetera frase:
- es que te quiero mucho
como amigo, me caes muy bien, pero no me gustas- Me lo decía con esa voz
pasota, que me ponía aun más cachondo si cabe. No sé mucho de ella, creo que se
fue a un pueblo de Galicia con un chico, digo yo que se casaría, no lo sé. Lo
mismo un día de estos... le escribo.
Qué tiempos aquellos...
A día de hoy, soy treintañero más con más o menos suerte, con un trabajo
cualquiera y muchas cosas pendientes que, algún día, debiera resolver., y
siempre que termino de currar, me voy un poco a correr, por aquellos campos,
que me traen aroma de recuerdo dulce y amargo, empapados con canciones
ochenteras, olor a juventud. Y sigo corriendo... sintiendo el aire... sintiendo
la vida.
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Reflexiones desde los posos
martes, 20 de septiembre de 2011
HOLA
-Hola-
-Hola-
Cada día, la misma palabra, convertida en frase, al menos para mí. Todos y cada uno de los días del mes y del año, nos decíamos un simple e increíble HOLA. Siempre empezaba ella.
Desde lejos la veía venir cada día hacia mí, siempre a la misma hora. Yo solía llevar mi café sólo, con doble de azúcar, en la mano; unas gotas de colonia barata demás y unas gafas de pasta cuadradas color marrón, casi siempre a juego con mi corbata de barcos (ya, menuda pinta…). Pero ella, cada día, con una sonrisa tan blanca como la nieve, me decía hola. Solía llevar el pelo suelto, rizado, una melena rubia de leona (seguro que sería una tigresa en la cama) esos ojos rasgados, azules como el agua en primavera, unos labios rojos en forma de corazón, diooos…¿Quién me iba a decir, que sería tan afortunado hoy?
Desde lejos la veía venir cada día hacia mí, siempre a la misma hora. Yo solía llevar mi café sólo, con doble de azúcar, en la mano; unas gotas de colonia barata demás y unas gafas de pasta cuadradas color marrón, casi siempre a juego con mi corbata de barcos (ya, menuda pinta…). Pero ella, cada día, con una sonrisa tan blanca como la nieve, me decía hola. Solía llevar el pelo suelto, rizado, una melena rubia de leona (seguro que sería una tigresa en la cama) esos ojos rasgados, azules como el agua en primavera, unos labios rojos en forma de corazón, diooos…¿Quién me iba a decir, que sería tan afortunado hoy?
Normalmente, coincidíamos al entrar en el edificio donde trabajamos, y sólo en ese único instante compartíamos ese momento rutinario, esa sonrisa forzada.
Pero hoy, hoy ha sido especial desde el principio. Me levanté tarde, unos diez minutos, casi ni desayuné (no me gusta faltar a mis responsabilidades y menos aun ser impuntual). Me calcé rápido y ni siquiera me eché colonia (ya sabes, las prisas no son buenas). Como de costumbre, cogí el metro, en Madrid es estresante moverte en coche y una gran pérdida de tiempo. Cuando salí de la boca del metro, ahí estaba ella, con su uniforme de ejecutiva, color crema, una falda sugerente por encima de la rodilla, y una camisa fina, desabrochada por el tercer botón, dejando entrever sus preciosos y dulces pechos. Debió ser entonces, cuando me fijé en sus pechos, o cuando ella miró hacia atrás para decirme hola, cuando dejé de ver, oír, hablar, y sobre todo, dejé de andar.
No sé muy bien, qué pasó realmente, los médicos me dicen que la contusión me ha jodido la memoria, lo que sí sé es que está aquí, me está mirando, me está cogiendo la mano y me está preguntando con una lágrima seca en su mejilla izquierda:
- ¿qué tal estás?, no te preocupes, yo estoy aquí, pronto vendrá tu familia, no me moveré de aquí hasta que vengan-
Me coge la mano, y me mira fijamente, me acaricia la frente y me retira el pelo. Lo que no sabe, es que no tengo familia, al menos aquí en Madrid, lo que no sabe es, que casi me alegro por un momento que esté completamente hecho polvo, con tal de ver su cara de preocupación. Me alegro, sí, aunque me hayan tenido que apuntar media pierna, debe ser que el camión de congelados, no llevaría demasiada carga y arreó con mi pierna, no me importa. Porque, ahora me estoy tomando una buena dosis de suero, mientras ella se toma su café y me promete, al menos por este momento, que no se marcha a ninguna parte, que está aquí, sólo conmigo, intercambiando miradas por palabras, algo más largas que el simple, insípido y puñetero: HOLA.
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Relatos en conserva
lunes, 19 de septiembre de 2011
PUTA
Estigmas son los lunares de tu cara en forma de cardenal, objeto oscuro del deseo.
¿Llevas perfume? Ah, no, es simplemente el olor de tu cuerpo recién bañado, acicalado con el jabón de la distinción de género, ese que huele a una mezcla de pecado y sexo, ese que huele a ¿como definirlo?...ya lo tengo, huele a patada, puñetazo, insulto, ese que huele a... marginación.
¿Llevas perfume? Ah, no, es simplemente el olor de tu cuerpo recién bañado, acicalado con el jabón de la distinción de género, ese que huele a una mezcla de pecado y sexo, ese que huele a ¿como definirlo?...ya lo tengo, huele a patada, puñetazo, insulto, ese que huele a... marginación.
Tus manos, pequeña,aay tus manos... Cuanto has construido y destruido con tus manos... demasiadas cicatrices rosadas. Bueno, es normal, siendo sufragista temprana no hace mucho que te mojas en los temas importantes.
Tus ojos han visto y han callado tanto, en demasía. Pobre fregona de porcelana fría, con esparadrapo en las encías. Madre, hija, hermana, abuela, tía, prima, sobrina, nuera, amiga, soltera, casada, y ahora por suerte, divorciada; tu honor ha estado en tela de juicio tantos y tantos lustros... pobre de ti, corazón de metal con sabor a menta.
Tu vientre, dulce fuente de la vida, se subestima en la famosa batalla por la igualdad. Pobre coneja malograda, harta de parir, harta de arrastrarse, harta de limpiar lo que alguien por detrás va ensuciando con calumnias.
-No te desmorones ahora pequeña flor, tienes que sacar fuerzas, tienes que levantarte para seguir arrastrando tus renegridas rodillas, tienes que estar a la altura de tus circunstancias, no te preocupes, es lo que toca, verás como al final te alegras, ¿Para qué sirves si no?-.
Te has levantado mujer. Con ansia, has podido relamer las heridas del pasado al ponerte de pie, cada día, desde 1893 (que diste ejemplo, de lo que querías y podías hacer). Te peinas los cabellos con el cepillo de inquietud de quien sabe que tiene algo que lograr y la tranquilidad de saber que lo conseguirá. Ahora huelo otro perfume, querida, sí, huele como a libertad, huele a igualdad, a batalla ganada, huele a nueva vida. Disfrútala preciosa, por ser humana, por ser como todos y todas, por ser con tanto ardor una: Persona-Única-Tenaz-Acerada.
Para todas las mujeres, que a manos de la injusticia han sido víctimas alguna vez, en cualquier momento. Puta no es un insulto gratuito, ya no hace daño. Puta, es solo un vocablo que se hunde ya en el mar del machismo y la desigualdad, en la era patriarcal. Ese mar, que poco a poco, con mucho trabajo y a galope del progreso, se va secando cada vez más.
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Reflexiones desde los posos
Sólo es un juego
Me acuerdo
perfectamente, como si tuviera cinco
años… la sangre, los sesos esparcidos por la pared, aquel hedor de hombre muerto.
A menudo, mana de nuevo,
desde lo más hondo de mis recuerdos, ese olor intenso a cenicero y whisky
barato, su aliento...ensuciando nuestra inocencia.
- […] le llevas un año
a Lucía, debes dar ejemplo. Sólo es un juego, no pasa nada, os daré golosinas
si hacéis caso, no pasa nada pequeñas, yo sé lo que os conviene, vereis que bien lo pasamos[…] -.
Aun no comprendo, cómo siendo tan pequeña,
dulce y frágil, tuviste tanto coraje.
¿De dónde la
sacaste? Apareciste de repente,
con legañas y tu pijamita de
rayas y apuntaste:
- Sólo es un
juego, Papá - ¡Pum!
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Microrrelatos en botella
Estrella torcida
- Un dia menos, una tarde menos, una noche menos…- Se decía a sí misma cada día, en su
habitación de tres por dos, al tomarse su manzanilla. Coleccionaba estrellas torcidas antes de ir a dormir, o eso
nos decía.
Los miércoles nos reuníamos todos, y a
Coque y a mí nos solía narrar historias
inventadas, de monstruos, princesas, oscuros y retorcidos boticarios, mientras
papá se limitaba a mirarla y a acariciarle el pelo. Nos reíamos tanto con ella…
Era mejor así, de haber sido conscientes de que tenías esquizofrenia, todo
hubiera sido distinto. Descansa mamá, con tus princesas, tus duendes y tus torcidas estrellas.
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Microrrelatos en botella
domingo, 18 de septiembre de 2011
Bocabajo y en botella
Se acechan con sigilo casi siempre, pero nunca se rozan. Allá en la estratosfera de los sueños calculan porcentajes de lo que es posible y de lo que no lo es.
Presos de canciones sordas, versos de ciudad, musas y puzzles de lágrimas y sonrisas se hallan, en el laberinto literato-emocional.
Son conscientes de que flotan en el mismo manto estrellado, de que van hacia la misma dirección, de que no hay dos sin tres, pero siempre a contracorriente, a favor de lo intangible, a la inversa de la realidad.
Curiosa y extraña integral matemática elevada a menos uno...ecuación sin resolver...en el mismo eje de abscisas y ordenadas desordenadas, siempre perdidos en la espesura del infinito, ocupando a partes iguales el huequito oculto de la desazón.
Comparten páginas en blanco, tallan palabras con o sin sentido, siempre dando forma y brillo a los sentimientos, cada uno los suyos, siempre bajo los gritos del silencio, siempre con el corazón en el puño, cada uno a su manera, bocabajo y en botella.
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Prosa al desnudo
jueves, 15 de septiembre de 2011
Plástica
La noche es una estrella en tu cucharilla trenzada. El océano, una mota de polvo que se pierde en las hebillas de tu zapato.
Cirrocúmulos extraviados son las cifras que se amotinan en la hendidura de tus pechos, simétricos y redondeados, exhibiendo en tu etiqueta, precios que casi nadie puede pagar.
Impávida, gélida y altiva, “presumes” de alhajas durante el día. Siempre resplandeciente, las luces de neón te miman, siempre, detrás del muro que te separa de la realidad. No obstante, del mayor tesoro que pueda existir, tú careces, pues sin alma y sin corazón te hallas, muñequita del escaparate.
Cirrocúmulos extraviados son las cifras que se amotinan en la hendidura de tus pechos, simétricos y redondeados, exhibiendo en tu etiqueta, precios que casi nadie puede pagar.
Impávida, gélida y altiva, “presumes” de alhajas durante el día. Siempre resplandeciente, las luces de neón te miman, siempre, detrás del muro que te separa de la realidad. No obstante, del mayor tesoro que pueda existir, tú careces, pues sin alma y sin corazón te hallas, muñequita del escaparate.
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Microrrelatos en botella
lunes, 12 de septiembre de 2011
Amistad
Pétalos de cristal son tus ojos, que guian, sin
ser tú testigo, a los más necesitados.
La fuerza que mana de tu inmenso corazón,
como un deseado chorro de agua fresca en el
desierto, alivia a aquellos que, como yo,
se sienten en ocasiones desorientado en el amargo
camino de la vida.
Como la musa de un viejo pintor, fuiste considerada
por aquellos que te conocieron, y como
una figurilla frágil de porcelana,
por los que equivocadamente te ignoraron,
¡Torpes e ingenuos patanes! Les maldigo por no darte
a ti la oportunidad de demostrar tu valor sin precio.
Aún así, para mí siempre fuiste y serás el faro
que me ilumina en noches de tormenta,
mi más leal patriota, mi más sincera consejera,
la voz de mi conciencia, siempre fuiste tú, mi mejor amiga.
(Diciembre del 2000)
Una carta en honor a la amistad, y a mis amigas, porque aunque las cosas cambian, los recuerdos no.
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Prosa al desnudo
martes, 6 de septiembre de 2011
(¡mentira!)
Pues aquí estoy, envuelta por un velo nauseabundo de la desgana, la frustración y en estado perenne de trance, haciendo cuentas entre lo que te debo por querer verte de nuevo, y lo que me debes por evitarme.
Que no entiendo el crucigrama de las palabras huecas que se forman en acróstico entre tus vaivenes del pasotismo y el desinterés.
¿Y qué? -dices tú-. Tú y siempre tú, tanto por ti como por mí. Medio cerebro gasto al día cuando te pienso, el otro medio se queda seco mientras estudio trastornos psicopatológicos. Medio cerebro gastas tú cuando me insultas con tu sonrisa de prepotencia, ¡lo sabes,maldito arrogante! sabes que me tienes sin tenerme, no te hace falta que sea físicamente, eso es lo de menos.
¿Y qué hago yo ahora? -me pregunto- ¿Sería mejor no haberte "conocido"? ¿Sería mejor no haberlo hecho? no, eso es lo que piensa un cobarde antes de decidir hacer puentig por un precipicio, y eso no me pega a mi.
¿Qué puedo hacer? ¿Odiarte? no, eso es demasiado, es un sentimiento demasiado profundo para otorgártelo tan gratuitamente. ¿Entonces qué? ¡Dime! ¡Qué! ¿Qué he de hacer con las conversaciones que no tuvimos? ¿Qué hago con las miradas que escudriñaron entre los rincones perdidos de tus antojos y tus "ojo por ojo"? ¡No quiero verte! (¡mentira!) No quiero que me mires ni me hables (¡mentira!). No te necesito (¡mentira!).
Decidido. Te haré un gran hueco...allá...donde habita el olvido (mentira).
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Reflexiones desde los posos
lunes, 5 de septiembre de 2011
Sin ganas
No tengo ganas de escribir. Realmente, me apetece coger un "tren que vaya a ninguna parte"; que Sabina, vestido con una sonrisa, "pique" mi billete de ida y firme al pie de página con una rima burlesca y asonante.
No quiero dedicarte estas palabras que saben a lima-limón, ni que seas tú el dueño del timón, del barco de mis sentimientos, no quiero cargarte con mis ilusiones, mis manías y adicciones.
No quiero verte danzar por el monte, como buena gacela sabes hacer. No quiero riñas, ripios, quejas o añoranzas.
No quiero que veas mi cara, ni reconocer que me equivoqué. No me hacen falta tus "perdóname".
No quiero bengalas, ni pitos, ni flores, ni gorgoritos, no quiero que vengas fingiendo que te quedarás.
No quiero ver que no estás. Me fastidia que tu ausencia agazape mi insomnio y hallen, de la poca imaginación que gasto, su fiel paraiso.
No quiero que seas tú el personaje principal de esta historia sin principio ni final. No veo en el argumento, nudo, cuerpo ni desenlace, sólo velcro sin pegamento adhesivo, descosido de la costura de la desilusión.
No quiero dar palique, ser paliza, póliza o palizón. Quisiera salir del armario, donde guardo la razón, donde guardo a buen recaudo, las frases de arrepentimiento, ira, ruegos, alabanzas y mi rendición.
Es estúpido, irónico, sarcástico, melodramático, cósmico y asmático. Sin ápice de sentido alguno.
¿Con qué lápiz? ¿Con que pluma? ¿Con tinta china? ¿Con cera ardiente? Dime tú, ¿Con qué se firma la carta de la despedida?
Sin perrico ni gatico, sin aliento, sin saliva, sin sabor, tacto u olfato; sin coste ni beneficio. En definitiva, así me siento, sin ganas de hacerlo, desde que tú, mi más preciada inspiración, no das señales, desde que sin menos ni más, te has ido.
No quiero dedicarte estas palabras que saben a lima-limón, ni que seas tú el dueño del timón, del barco de mis sentimientos, no quiero cargarte con mis ilusiones, mis manías y adicciones.
No quiero verte danzar por el monte, como buena gacela sabes hacer. No quiero riñas, ripios, quejas o añoranzas.
No quiero que veas mi cara, ni reconocer que me equivoqué. No me hacen falta tus "perdóname".
No quiero bengalas, ni pitos, ni flores, ni gorgoritos, no quiero que vengas fingiendo que te quedarás.
No quiero ver que no estás. Me fastidia que tu ausencia agazape mi insomnio y hallen, de la poca imaginación que gasto, su fiel paraiso.
No quiero que seas tú el personaje principal de esta historia sin principio ni final. No veo en el argumento, nudo, cuerpo ni desenlace, sólo velcro sin pegamento adhesivo, descosido de la costura de la desilusión.
No quiero dar palique, ser paliza, póliza o palizón. Quisiera salir del armario, donde guardo la razón, donde guardo a buen recaudo, las frases de arrepentimiento, ira, ruegos, alabanzas y mi rendición.
Es estúpido, irónico, sarcástico, melodramático, cósmico y asmático. Sin ápice de sentido alguno.
¿Con qué lápiz? ¿Con que pluma? ¿Con tinta china? ¿Con cera ardiente? Dime tú, ¿Con qué se firma la carta de la despedida?
Sin perrico ni gatico, sin aliento, sin saliva, sin sabor, tacto u olfato; sin coste ni beneficio. En definitiva, así me siento, sin ganas de hacerlo, desde que tú, mi más preciada inspiración, no das señales, desde que sin menos ni más, te has ido.
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Reflexiones desde los posos
sábado, 3 de septiembre de 2011
Resignación burlesca.
Creo que todos hemos sentido ese sentimiento de vergüenza ajena, incluso propia, alguna vez. Pero yo creo que aunque injusta y abrumadora, la vergüenza ajena, no deja de ser un sentiemiento efervescente y perecedero e inocuo. Desde mi humilde opinión, creo que hace más daño y es más injusto aun el sentiemiento de indignación o irritación, que yo diría que es fruto de la prolongación, desmesurada, en el tiempo del sentimiento de vergüenza ajena. Por ejemplo:
Es un complejo y perfecto cuadro clínico el que manifestamos la enfermedad de la “resignación burlesca”, entre los síntomas existentes, destacan al principio sentimientos de vergüenza ajena, quejas constantes y disconformidad, según éstos se van agravando, el paciente comienza a sentir un malestar agudo de irritación, aumentos de la presión sanguinea, sudoración y mala leche. El punto álgido de la enfermedad es cuando alcanza la indiferencia, acompañada de una pseudosonrisa. La enfermedad no se debe al consumo de ninguna sustancia o la presencia de una enfermedad cardiaca, psicológica o a una enfermedad antisocial.
El tratamiento más aconsejado es paracetamol y mucho líquido (como para casi todo)
Sin ánimo de ofender a nadie, respeto los gustos de cada cual, sólo es mi opinión. Ni siquiera me burlo de la gente que ve estos programas, ellos no tienen culpa, puesto que es casi lo único que televisan. Es una pena, una auténtica pena, que en el mundo “tele-cultural” en el que vivimos, cada vez presumamos de lo bien formados que estamos o estaremos, del avance cultural, tecnológico, social-político y psicológico, y aun así nos hayamos formado una burbuja impermeable de la realidad. Un mundo donde sólo nos entretiene los chismes, un mundo donde hay gente con 62 años y se sigue levantando a las 6.30 de la mañana pa cumplir con su trabajo, y aun asi se siente afortunado, pues los hay peores que van buscando ropa, comida, amor y cobijo entre basura. Es alucinante como ajustamos esa burbuja a nuestros intereses personales, para que no nos empape la injusticia, para poder ver a través de ella cómo cuatro analfabetos llenan los platós de televisión y los impregnan con sus sandeces, más injusto es aun que nos haga reir. Es injusto, como una persona sin ningún tipo de preparación profesional, cultural y me atrevo a decir: SOCIAL, puede habérsele otorgado ni más ni menos que el trono de principado del pueblo. Y como papel representativo, que es el que tiene hoy en día la nobleza, así pues nos representa la princesa Esteban, así de bufones nos mostramos ante el espejo público. Y ni mucho menos, trato de ofender a esta mujer, porque lo único que hace es leer el guion que otro escribe, ella simplemente interpreta un papel. Así pues, me retracto de lo que he dicho antes, pues no siento vergüenza de la Esteban, Jorge Javier y sus súbditos, ni siquiera de la gente que los sigue cada tarde. Me da vergüenza propia y ajena, de la burbuja impermeable que nos hemos creado, de lo tranquilos que estamos a nivel personal con nuestras vidas sin que casi nos afecte como está el vecino, y si eso es así menos aun nos va a importar como está un país. Mientras la princesa del pueblo se alimente de “bebidas isatónicas” y se ponga hasta el “potorro” y diga verdades como “puños”, qué más da, por lo menos mientras ella habla cuatro horas, todo el mundo ríe al son de la ignorancia y todos felices como las perdices, ciegos, mudos, sordos y mancos.
Sin intenciones de ofender a nadie, o de crear un “ensayo sobre la ceguera” y menos aun de plagiar al maestro José Saramago, sólo quería quejarme, que pa eso es gratis. ;)
(F)
*Resignación burlesca: Término inventado.
Nubetizado por
Rosa
en
12:28
2
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Etiquetas:
Reflexiones desde los posos
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