jueves, 5 de enero de 2012

A expensas de las puertas entreabiertas de tus despensas



Yace solitaria como una sombra, sin aliento, sin cobijo,
haciendo el amor con la resignación de la distancia,
en un pañuelo mojado,  en una lágrima. Mi vida.

Nada fijo.

Las costras se amotinan en la nariz deseando
abrir paso a la sangre, esperando
que el sonar de los mocos apresuere el recuerdo de tu mano rota,
la izquierda, la que no utilizas, 
la que enmascaras con el guante de los versos rotos,
la envenenada, la que me pega,
la que no me ama.

Calumnias.

Porque la tos que asfixia mi paciencia cuando te recuerdo
no duele más que las mentiras que 
dejaste en la mesita de noche junto a tus gafas.
Porque la pus que brota de cada llaga 
ya no infecta las ansias que de ti tengo,
sino tu ausencia, que vive a sus anchas 
en las cuencas de tus ojos sin ganas, entre las sábanas.

Tus rutinas, las estanterías polvorientas de las cosas mal hechas,
Tu ego, la habitación mediocre de invitados, 
sin cama para dos, sin ti, sin mi.
Tus besos, ácaros del colchón deshabitado.
Tus quejas, la despensa donde la esperanza 
de que al menos me hables 
llene los huecos vacíos de mis noches sin dormir y
que el elogio de tus insultos resquebrajen aun más la brecha

que dejaste con tu marcha. ¿Qué hago yo?
si mi alma está en ruinas, tan solo soy 
un despojo desabrigado de lo que fui. 

Con te. 

A expensas de que vuelvas y no te quedes, moriré. Por ti.

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