Yace solitaria como una sombra,
sin aliento, sin cobijo,
haciendo el amor con la resignación
de la distancia,
en un pañuelo mojado, en una lágrima. Mi vida.
Nada fijo.
Las costras se amotinan en la
nariz deseando
abrir paso a la sangre, esperando
que el sonar de los mocos apresuere
el recuerdo de tu mano rota,
la izquierda, la que no utilizas,
la que enmascaras con el guante de los versos rotos,
la envenenada, la que me pega,
la que no me ama.
la que no me ama.
Calumnias.
Porque la tos que asfixia mi
paciencia cuando te recuerdo
no duele más que las mentiras que
dejaste en la mesita de noche junto a tus gafas.
Porque la pus que brota de cada
llaga
ya no infecta las ansias que de ti tengo,
sino tu ausencia, que vive a sus
anchas
en las cuencas de tus ojos sin ganas, entre las sábanas.
Tus rutinas, las estanterías polvorientas
de las cosas mal hechas,
Tu ego, la habitación mediocre de
invitados,
sin cama para dos, sin ti, sin mi.
Tus besos, ácaros del colchón deshabitado.
Tus quejas, la despensa donde la
esperanza
de que al menos me hables
llene los huecos vacíos de mis
noches sin dormir y
que el elogio de tus insultos resquebrajen
aun más la brecha
que dejaste con tu marcha. ¿Qué hago
yo?
si mi alma está en ruinas, tan
solo soy
un despojo desabrigado de lo que fui.
Con te.
A expensas de
que vuelvas y no te quedes, moriré. Por ti.
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