viernes, 13 de enero de 2012

En el nido de las ramas secas



¿Qué me pasa? No encuentro las ganas de escribir,
pero aun así siento necesidad.
¿Qué tiene el invierno? Si incluso la última sílaba ya la convierte una palabra negativa
InvierNo.
Con ese frío que cala hasta los huesos rotos,
ese aura de niebla que empapa los sueños,
hasta más allá de los intestinos.

Siento cómo se agrietan mis manos
con la escarcha que duerme en la copa de los árboles.
Un ligero placer me embadurna cuando el viento 
azota con furia en la superficie de mi rostro pálido.
No es el invierno en sí, ni el frio,
tal vez sea la canción,
la que me conduce en este mismo instante
a estar en contacto con la naturaleza sin estar cerca.
Un cerrar de ojos.
Unas imágenes, zangoloteando al compás de la melodía, bastan
 para notar cómo la yerba acaricia las yemas de mis dedos.

El olor a tierra fresca, mojada por la lluvia, es tan intenso
 que no puedo evitar coger un puñado
 y esparcirlo por mi cintura desnuda.

 Las chinitas hacen carreras por mi ombligo,
 apostando por cuál de ellas llegará primero al centro.
¿Qué pienso?
 ¿Qué siento? 
¿A qué huele? 
¿Dónde estoy?

Los ojos me pesan demasiado.
Mis piernas,
brazos
 a penas existen.  
No hay movimiento.
La sangre caliente se acumula en mi lengua,
no oigo los sabores en mis labios,
la saliva escasea en los arbustos de los dientes rotos de no morder.  
No tiene sentido, pero me gusta.
No tiene armonía, pero me rima.
Puede que le falte escena, actor principal, luces y sombras,
 pero no me importa.
Estoy aquí, 
ahora,
 a años luz del mar,
arropada con las faldas de una mesa con brasero.
Pero las olas chocan con furia por el interior de mis calcetines de lana,
 dejándome las plantas de los pies saladas y ensimismadas.

¿Qué me está pasando?
¿Acaso perdí la cordura entre estas palabras y frases inconexas?
No.
Estoy soñando,
 que vivo. 

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