Soy consciente de que no puedo tocarte, que,
el tono de mi piel nunca pertenecerá a la paleta de colores
de la que fluyen combinaciones tan exquisitas como las que pudiera adoptar,
si por un segundo, estuviera en contacto con la tuya.
No tengo prisa,
al menos para imaginar que así fuera.
Me miro al espejo y solo te veo a ti,
pero no tienes rostro y eso aun me desconcierta más.
En cambio, al cerrar los ojos,
me transformo en el personaje principal de tus sueños,
que no son otros que los míos propios.
Cuando de un lametón por tu barbilla te hago mío,
cuando no hacen falta palabras o gestos,
solo los besos traducen las ansias que tenemos de poseernos el uno al otro.
No me pides con cautela que me desnude,
ni siquiera te das cuenta,
ya lo he hecho yo con un suspiro.
No me pides que pare, porque
a estas alturas y en tan poco tiempo,
ya notas que te falta el aire, pero descuida,
yo tengo los pulmones cargados para respirar por ti y por mí.
No me pides que te suelte,
aunque sientes como la cuerda del abismo te aprieta demasiado,
pero tranquilo, no desesperes,
si he de saltar por ti hasta estrellarme por desatarte
no dudaré en dar el paso.
No me pides que te ame,
no estás preparado,
no importa, yo tampoco,
aunque ya lo hago, al menos por momentos.
Únicamente me pides una cosa:
que te olvide,
pero por más que lo intento no puedo.
Noto tu aliento,
flotando en mi mesita de noche, junto al consolador,
tu boca por mi cuello,
tus manos por la costura roída de mis bragas.
Hasta los pelos púbicos
disertan sobre cuál es el momento indicado para desenredarse.
Pero no existe.
Advierto tu presencia aunque llevas el abrigo de la distancia colgado en tu mirada.
¿Y tú? ¿Lo notas?
¿Sábes quién eres sin mí?
¿Qué quieres?
¿Qué esperas?
¿Sábes acaso si existo?
Pues para mi desgracia,
solo ardemos entre las llamas de una pasión soñada.
Porque eres el desajuste apropiado
de las agujas del reloj,
que marca los tic-tac de mi corazón.
Porque sí, coño.
Porque me gustas así, imposible.
¿Qué más dará cuánto dure esta sensación?
Si a mí el hecho de tenerla, me da la vida y me la quita,
morir y resurgir, no ha habido sensación mejor.
¿Qué más da si ni siquiera tú lo adviertes?
Si yo cuando te oigo me derrito, si cuando me miras por casualidad,
hago castillos donde guardar tus sonrisas de reojo.
¿Qué más da?
Si al fin y al cabo
tan solo perteneces a una de entre unas mil y una fantasías con la que compartir cama.
Y aun así,
me dejas hueca
cuando por los recónditos de mi espesura sesera no apareces.
Mis noches mojadas
se secan entre los dedos de tus pies,
cuando las huellas de tus pasos se alejan por el suelo de mi humilde diván imaginario.
¿Y qué más dará?
Si sé que no puedo.