lunes, 13 de febrero de 2012

Tic-Tac


(http://www.youtube.com/watch?v=rgbn0wXnWJE) (aconsejable escuchar para leer)

Las 3 a.m., el segundero parece haber decidido acoplarse en la posición de las doce, no se mueve, pero el tiempo sigue adelante. Llueve. Huele raro. Hace frío.

El “clic-clic” de las gotas, al estrellarse contra el mar de suero, taladra despiadadamente los huesecillos internos de mis oídos. Clic, clic, clic…siguen chocando, al compás de unos zuecos tamborileros que se alejan por el gélido pasillo en busca de una solución.

Las 3.06 a.m. y creo que ha pasado un siglo desde que miré el reloj de pared, pero tan sólo han pasado seis escasos minutos. Seis. Como las seis letras de la palabra: muerte. Muerte.

¿En qué piensas? ¿Acaso puedes? ¿Te duele? ¿Lo notas? Te estoy cogiendo la mano, la tienes tan suave, tan caliente, que un bebé podría vivir en ella hasta hacerse mayor. Nuestro bebé, nuestro futuro, y ahora, un sueño desvanecido en el colchón del asfalto.

No siento nada, nada, no pienso. Sólo te veo a ti.
Tranquila, no, no te soltaré, no temas, estoy aquí.

Mira, ¿recuerdas? La noche que dijiste “Sí” y vi pasar mi vida contigo sobre tus ojos verdes. Ese instante en que prometí ser más yo contigo que conmigo mismo, en que el valor de tus besos bastaría para llenar el cofre del tesoro, nuestro hogar. Nuestro.

Las 3.15 a.m., la peca de tu mano derecha cada vez va tornando a tonos más oscuros que contrastan con el blanco de tu tez desnuda, más y más blanca, más y más fría. No te vayas, por favor, no me dejes. Si has de irte, llévate contigo el perdón, no lo quiero. Yo me quedaré con el pedal de freno, la velocidad, tus gritos y tu último suspiro. Me guardaré la sonrisa de tus pupilas al despertar, los momentos de sofá, el calor de tus caricias, los lunares de tu espalda, el silencio de tu cuerpo mientras duermes y el perfume de tranquilidad que desprenden tus brazos cuando me prometes que todo va a salir bien. Todo va a salir bien. No.

Promesas que se rompen. Un descuido, un segundo, una vida, un final.

Las 3.27 a.m., un pitido incesante actúa como detonante, como preaviso de los pésames que se dicen por cumplir, de las flores por encargo, de tu adiós sin despedida, de empezar de nuevo sin ti, de las risas que se ahogarán en la mesita de noche y que tan sólo podré escuchar por el eco de tu recuerdo. Yo, sin ti. No.

Es el momento. No, no quiero abrir los ojos, no puedo, no quiero contemplar lo inevitable. No puedo dejarte marchar sin más, sin decirte que el corazón me arde, que me faltan horas contigo, que mi voz se asfixia en la garganta, que un agujero negro en las entrañas me impide decirte que te necesito, que me lleves contigo, que lo siento. Es el momento de firmar el papel de la eternidad. Adiós. Te quiero

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