Ya lo decía mi padre cuando
éramos pequeños: “No metas la mano cuando
lo que te quepa sea el brazo, en el intento te quedarás cojo”. Esa misma frase revoloteaba por la casa, a la
hora de la comida, el único instante en que todos nos reuníamos para parecer
una familia. Dani, ya mostraba trazas de ser un auténtico calzonazos. Si le
pedías agua, te traía el océano en su regazo; si le pedías ajos, podías
reconstruir la Muralla de Adriano y espantar a cualquier noctámbulo sanguinario
que se atreviera a cruzar. A menudo,
aparecía en la habitación con la cortina del baño anuda al cuello,
empuñando el palo de la mopa, vociferando: ¡Soy
el dios de la luna de Júpiter, y mi misión en la tierra es exterminar el mal
humor!
Era así, un pobre entusiasta, un
mal nacido capaz de arrancarte las piedras del aburrimiento de un plumazo y
construir en un segundo una vida entera de ilusiones sobre el ortejo mayor de
tu pie izquierdo.
Aún no entiendo cómo de siete
días que tiene la semana, él inventó un octavo para precipitarse sin previo
aviso por el quebrantasueños (el pozo del jardín), en el intento de colgar un
cartel que ponía: ¡Sonríe o Muere!
2 comentarios:
Hola Rosa, me encantó ese padre bullanguero, y el concepto del "quebrantasueños", fantástico.
Un abrazo.
Hola Miguel, me alegra muchísimo que hayas disfrutado del micro, y de que te hayas paseado por aquí. Las nubes te esperan siempre que gustes.
Un abrazonube!!
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