viernes, 18 de enero de 2013

Aquí también hay luz



Estaba escuchando esta canción, y por un momento y sin saber por qué, me ha llevado a hacerme una pregunta: ¿hasta cuándo exactamente, o mejor dicho, en qué punto uno se da cuenta os es consciente de la realidad? Hasta hace apenas unos días, lo más que alcanzaba mi vista a observar eran los huecos o poros de la rejilla verde de la mosquitera, cuya luz, que entraba tímidamente por la ventana, no pasaba sino a través de un escuálido y humilde patio, cuya anchura no da para más que para una espalda no muy holgada. Entonces, salir con la bici por el campo y que me diera el aire en la cara era tanto o más como bajar por una lanzadera de feria. Y esta mañana, me daba cuenta de lo pequeñita  e  insignificante que soy, al ver cómo funciona la vida; al ver cómo un mogollón de personas, cada uno con una historia, con un origen, pasan por mi lado, con prisas, sin más orientación que la del éxito; más jóvenes, o incluso más maduros, con puestos tan inalcanzables como el sol. Y no es envidia, sino admiración.
Ahora, mientras estoy aquí en la cama y contemplo a través de la ventana, no veo una rejilla humilde y verde. No. Veo grandes edificios, con luces encendidas por todas partes, lo que significa que ni de noche la ciudad descansa, lo que significa que la realidad no es otra que la que va más allá de lo que abarca tu mirada, o mejor dicho de tus propias posibilidades. Pero es más, no me tengo que ir a la gran manzana donde están los grandes tiburones, en la calle me cruzo a diario con gente más joven que yo, vinieron sin nada prácticamente, lo justo para empezar, y aquí están, dominan el idioma, hacen sus vidas con su trabajo, sus gentes, etc. El ahora, el ahora es lo que de verdad importa. Mañana quién sabe, o pasado... Pero el ahora es lo único que manejamos (bueno, en cierta medida, mucho porcentaje se nos escapa de las manos). Cada decisión que tomas en un segundo cambia el transcurso de tu vida, ¿no da vértigo eso? a mí me da mucho, pero me gusta. Puedo escoger el camino de la derecha, y mi vida será distinta porque me toparé con aquella persona con la que viviré tal experiencia por corta que sea, eso me llevará a tomar otras decisiones que engloben a otra gente, pero...¿y si tomo el camino del suroeste? ¡Igual! las circunstancias serían totalmente diferentes.
Una página en blanco nunca se aburre ni se cansa de leer, está ahí, esperando a ser manchada. No es melancolía lo que siento, es admiración por cómo el curso de la vida puede cambiar en un segundo, en un segundo en que piensas de pronto: ¡SÍ!, o piensas: ¡NO!, o igual piensas: ¡NO LO SÉ! en cualquier caso, siempre estás actuando, y eso te conduce a tu destino (y no me refiero al destino en el sentido romántico). ¿No es maravilloso comprobar que en un segundo de pronto puedes estar haciendo algo con lo que soñabas, o algo que jamás hubieras imaginado? La vida y su curso, es algo que no dejará nunca de sorprenderme, de maravillarme. Me maravilla mirar hacia delante y no saber si cuando salga mañana me tropezaré y me escocerá la herida, me gusta saber que cada momento es un desafío que estoy dispuesta a superar, como si cada intento de salir airosa fuera una confirmación de que realmente puede que no sea tan miedosa y mierdosa como he pensado todos estos años, y comprobar que el mero hecho de pensar que no valgo un carajo fuera solo una retribución al miedo que siempre he sentido de fracasar. Pero es ahora cuando salgo ahí fuera y la inmensidad me arropa, cuando pienso que: qué carajo, tengo hambre de vida como la que más, y sí, tengo miedo, tengo miedo de parecer una ignorante, pero es algo que no se va a hacer conmigo, ni mañana, ni pasado, ni al otro. Con cada paso que doy hacia esa inmensidad me siento más persona, más segura (y no es un anuncio de compresas), me siento más...Yo. Como un pájaro que vuela, como una pluma que gira sin rumbo hasta desaparecer en algún rinconcito lleno de todo y de nada al mismo tiempo, porque así es el infinito, ¿no?".

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