viernes, 10 de agosto de 2012

Púrpura



Despertó a la mañana siguiente, sin ropa, con una bolsa de viaje completamente llena de dinero, unas botellas de ginebra por el suelo y un grito hecho añicos en la garganta que se le escapó por el ojo de la cerradura, justo antes de que la llave de sus secretos se deshiciera con el alcohol. La llamaban Ípila* de la Muerte. Su piel había tomado un tono café tostado, que hacía tiempo, había dejado de combinar con su talento asesino. ¿Cuántas muertes podía llevar a cuestas ya? Tal vez cuarenta y tres, o puede que mil ciento dos, había perdido la cuenta desde el último trabajo. Pero esta vez la conciencia se le había pegado en el posavasos de la mesita de noche, en un hotel de carretera mugriento y enmohecido. No le preocupaban las huellas que había dejado por toda la habitación, ni el olor a sangre seca, ni el dinero, ni siquiera el hecho de que el dueño del motel llevara un rato aporreando la puerta y gritando medio descompuesto: “¡Qué ha pasado ahí! ¡Abra la puerta o llamo a la policía!”. No. Lo que realmente le inquieta es que, desde hace aproximadamente tres segundos y medio, ha perdido la vista. Lo más raro aún es que únicamente cree divisar los objetos cuando el señor grita a través de la puerta, entonces todo lo percibe de color rojo. Es la primera vez en toda su vida que experimenta eso que algunos lo denominan pánico, pero no sabe si es por el hecho de verlo todo en un tono encarnado, o si es porque la visión se le activa con los gritos del propietario, que hace un momento se han escabullido con sus pisadas de gigante, probablemente en busca de un teléfono para notificar que algo raro está pasando en la habitación treinta y dos.
No puede ver nada y desde hace apenas un segundo, tampoco puede articular palabra, está perdiendo el olfato, y sus extremidades no dan señales de querer moverse. ¿Qué diablos le está pasando?

Ocho horas antes…
-          No te saldrás con la tuya, zorra miserable.
-          ¿Cris? ¿Qué haces a…?
-          ¿Qué hago aquí? ¡Quiero lo que me pertenece! ¡Devuélvemelo!
-          Pero si estás…si yo… ¿Qué quieres?
-          ¡Quiero mi vida! ¡Mi vida, maldita puta! ¡Me la jugaste! ¡Yo confiaba en ti!
-          Yo no pude, no dependía de mí, tan solo cumplía ór…- antes de que pudiera terminar la palabra sintió un leve pinchazo en el estómago, que poco a poco se hizo más y más agudo, como la traición, como el veneno.
-          ¿Duele, verdad? Nunca tuviste escrúpulos, eras capaz de vender a tu propia madre por tal de ganar pasta. ¿Qué pasa, a mí no me esperabas?
-          ¿Ramírez? Tú… también estás…
-          ¿Muerto? Claro, maldita furcia, después del polvo tan achicharrante que echamos me la clavaste doblada, y no me refiero a la polla precisamente, sino a tu aguijón venenoso. Creo que no te gustó mucho el hecho ¡de que te diera por culo!- Y en ese momento sintió otra estocada, esta vez en el pecho.
-          ¿Y de mí? ¿Te acuerdas?
-          ¿Y yo, qué?
-          ¡Y yo!
-          Ja ja ja ja ja ja ja ¿Asustada? Eso no te pega a ti, tan soberbia, tan jodidamente arrogante y tan sumamente zorra, ¿ahora temes?
-          ¡Y yo!
-          […]
De pronto toda la habitación estaba completamente llena de insultos y cuentas pendientes. Tal vez eran cuarenta y tres, o puede que mil ciento dos personas, perdió la suma, al igual que no se atrevió a contar las puñaladas y golpes que recibió. La sourire poison que sus víctimas veían resplandecer antes de embarcarse al buque de la muerte, se invirtió en el espejo de su alma, o de lo que quedaba de ella. De nada sirvieron los lamentos y los rezos de último momento, el daño ya estaba hecho.
Doce horas después, cuando la policía consiguió echar la puerta abajo y se encontró con la escena del crimen, los agentes pusieron cara de sorpresa cuando el dueño del hotel aseguraba que había oído mucho jaleo y que no se explicaba, después de ver el panorama, cómo podría haber pasado. Los inquilinos de las habitaciones vecinas también aseguraban haber oído mucho ruido y voces. Nadie podía explicarse entonces que sólo hubiera un cuerpo en la habitación.
Sabía que le iba a caer un puro cuando confesara, pero el morbo le había saqueado hace rato el temor de las entrañas y no le quedó otra opción que señalar dónde había instalado una cámara secreta, para grabar las escenas de cama de sus ocupantes y celebrarlo consigo mismo en la trastienda de la recepción, por supuesto con una buena botella de vino, qué menos. “Todo sea para descubrir la verdad en casos de emergencia, señor agente, por eso la instalé”. Recitó nervioso, pero convencido, el propietario del motel.
Cuando pulsaron el play y vieron la imagen, más que terror, todos sintieron lástima. Nadie se explicaba, cómo la sicaria más buscada en todo el país, se había atizado un sinfín de puñaladas y golpes por todo el cuerpo con toda clase de utensilios que había encontrado en la habitación mientras gritaba colérica, mirándose al espejo.
Cuando uno de los agentes se disponía a cerrar la bolsa, sintió un leve desmayo justo en el momento en que la cremallera se atascó en la barbilla, y su mirada se posó en esa sonrisa, ahora púrpura, que otrora, atizó las llamas del túnel que ahora la conduce directamente al infierno.



*Ípila: O infusión de ípila, es un veneno de tipo digestivo. Aspecto: hojas marrones, como el té común. Efectos: atonta los sentidos y la capacidad de reacción y concentración, dejando a la víctima con una débil actividad física o mental. 




sábado, 4 de agosto de 2012

Microrrelatos con BSO



Autorretrato de un psicópata.
Cinco de agosto de 1947, en el trastero del número cincuenta y cuatro de la Calle Pez Espada. Aún se puede ver el arsenal perfectamente colocado y las moscas revoloteando sobre la tulipa del rincón derecho que ilumina los trozos de carne recién cortada. Ha probado todo tipo de desinfectantes, pero ninguno neutraliza el olor a podrido. Asqueado, se coloca frente al espejo y se traza una línea en la parte izquierda del pecho. Cuán sorprendido queda al descubrir que el hedor, que lleva intentando exterminar desde hace tiempo, mana del hueco que jamás ha sido ocupado por el corazón.



En honor a la verdad.
Sopla con desgana y al ver su cara de consolación, sin más, coge sus bártulos y se va. El escozor de sus bajos dio el toque de queda hace un par de horas, cuando del último gemido, las sábanas se tiñeron de rojo. Sin besos de despedida, sin números de contacto, únicamente se lleva su fragancia tatuada en la lengua, por si en un día de celebración onanista le hiciera falta. Ya en la puerta de su vida perfecta, justo antes de introducir la llave, saca su disfraz de princesa y sonriente se dispone, como cada día, para la ocasión.