Recitar verdades a modo de poema... se ha quedado obsoleto. Es mirar el reloj y comparar la distancia entre los segundos con las millas que le separan de su mayor problema, su mejor pasatiempo.
La sed.
El único líquido cerca y existente empieza a desprender un olor bastante desagradable.
Tic-tac, un, dos, tres y tira otra vez; monea al aire: cara-cara, cruz-cara. Juguetea a perder consigo mismo, echando a suertes su destino. Apretar o aflojar, todo depende de cómo venga el aire de su desgana. Mientras, no deja de mirar hacia el techo, como si el polvo de la ventana le diera pistas de cómo escapar de ese infierno pordiosero.
La sed.
La muñeca. El juguete. Esa parte del cuerpo que si sabes cortar por donde es debido... la partida acaba.
Tiene sed.
No deja de sangrarle la fisura de media luna que tiene en la mano. Gran parte de esa fisura tiene una costra renegrida y huele a hierro. Después de un gran rato observando su herida, oliéndola, y pasar la lengua por la parte más costrosa decide sucumbir a la tentación de probarla. Al principio le parece desagradable, pero a medida que absorbe y la sangre brota, se hace adictivo. Chupa y chupa de la brecha, mientras la sangre comienza a emerger como si fuera un chorro de agua en una tubería rota. Las letras de su retirada empiezan a amontonarse en algún punto lejano del escritorio, a simple escasos centímetros de su cara. Las fuerzas flaquean, pero no puede dejar de succionar su chorro de vida por la muñeca, por esa parte del cuerpo que juega a perder. Bebe una vez más, y con náuseas pero con ganas de más, firma.
Mira su reloj: 00.01. El momento perfecto para...